Experiencias: La erótica del poder… poderte.
En su soberbia, no podía ser más más aburrido, más sieso, pero...
No se llamaba Andrea, pero como siempre he querido conocer a un Andrea que oliera a cálido pinar mediterráneo y a romero, que me amara al mecer de una orilla griega y la luz de la luna de oriente, se lo pongo a él aquí, ahora y para esto, aunque tampoco me amara nunca en una playa, aunque no me amara a pesar de haber estado tan cerca como se puede llegar a estar y llegar tan dentro de una como se puede llegar. Y aunque tuviera un nombre castellano, rudo, créeme que le encaja también un Andrea como encajaban las formas de su cuerpo en las mías, ligeramente más tiernas y más suaves que las suyas, con su belleza griega y contundente, de Castilla la Mancha.
Con todo el glamour castellanomanchego, dos cosas caracterizan a Andrea, su atractivo y la de sus movimientos de caballo cartujano -para extasiarse contemplándolo- y su soberbia que andan a la par. A más guapo, querida, más complejo, o más tonto. Y éste tenía, tiene, ese inexplicable interés personal por convencer a cualquiera de que todo lo que existe orbita sobre la gravedad de su ser. Algo grave. Aburridísimo. Ante Andrea era o nada o todo, pero si es todo, cielo, que sea en silencio, no abras la boca más que si te pido.
Y más que por ese atractivo helénico-manchego, si algo me motivaba, me motiva, de Andrea o de los tipos como él, es precisamente hacerle bajarse a los infiernos con dos azotes bien dados como los que su madre debería haberle dado en su día y dejar que estallen sonoras en esas nalgas depiladas. Y como una es generosa, si con dos no es suficiente, se le aplica una sesión completa, que se depila y eso es muestra de gran resistencia y de que ese culito no es la primera vez que se pone colorado o se va caliente para casa. Dómina, llámame Dómina, querido, cuando ya le tienes de rodillas con el pantalón desabrochado, cuando ya ni encuentra ni busca la salida. Mi pequeño triunfador, date la vuelta y no te quejes.
En su altanería y su desprecio por todo lo no que no fuera perfecto Andrea no podía ser más más aburrido, más sieso, pero mira, hasta en eso una encuentra un estímulo, que es cuestión de ponerse, sabes, si con el encanto de su belleza una puede hacer algo más que contemplar y puede mandar, someter y divertirse, será en silencio y será siempre detrás, siempre encima, siempre mandando, para que no haya más soberbia que la que pueda encontrar en la petit mort sobre su cuerpo mientras le sometes a íntimos castigos, para que gima y solloce, para que se estremezca, para que no se te vaya antes de tiempo, para que aguante hasta que decidas. ¿Te pone el poder? A mi lo que me pone es poder, poderte, poder poderte, el poder de poseerte, el poder de castigarte, de devolver tu soberbia al incierto lugar de donde te sale.
Por eso Andrea, aunque sea digno del cincel de Miguel Ángel y de habitar al borde de una piscina infinita en Santorini en ese instante fijo en que parece vivir Santorini en todas las imágenes y aunque su cuerpo soporte un turbo con gran dignidad -lo que de por sí encontrarás como yo motivo bastante para apañártelo-, no me amará jamás en una playa, porque ante su actitud de pavo absurdo el único estímulo que tiene su belleza está en el triunfo que supone para una el haber logrado dominar al Zeus de Chinchón y obligarle a convertir el trémolo en vibrato; un íntimo milagro por el simple placer y el infinito olvido. Además de una gran y generosa aportación a la humanidad: la de devolverle suave, silencioso, humilde, a su mundo. Aprieta las nalgas, rey moro, y agárrate fuerte al borde del colchón.
Imágenes de la colección Primavera Verano 2015 de Bordelle.