Erótica y magia. Suelta o compresa: el truco Copperfield.

La magia de ocultar esas pequeñas cosas que unas querría ocultar sin perder... la magia.

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Llegas a algún sitio, tropiezas con alguien, y en el simple cruce de una mirada todo está claro, besar, lamer, morder, sentir, apretar… chillar. Yo soy mucho de esas, de las que llegan a un sitio y busca sin buscar una mirada en la que encuentre las posibilidades de esa pasión loca. Pero para diez minutos, una cosa rápida, sin pensar, sin más lío. A lo largo del año puede que sueñe con aventuras así al menos uno de cada dos viajes. Y viajo mucho. Un poco más fresca de lo habitual con una maleta en la mano. Pero ¿por qué os estaba contando esto? Ah, sí.

Seguro que a ti también, pero a mi un viaje me estimula mucho mucho la líbido, incluso si es a Malmö con una temperatura estimada de -10 grados bajo cero. No os digo si es un destino cálido, se me dispara. Tan sólo con meter mi pequeña pero selecta colección de bikinis y trikinis en la maleta ya tengo que poner medidas contra la humedad. Que no se note. Pero entre tú y yo, la verdad, para mi, en esos momentos en los que hay al menos una pequeña posibilidad, mi íntima amiga la compresa siempre ha sido como “la cosa” y el tampax lo imposible. Fresca y cómoda siempre, sí, pero elegante.

Ponte en situación, te enfrentas al momento, previsualizas el instante de arrimarte a ese tipo que te ensarta con su mirada y que deseas que lo haga con todo lo demás, de saltarle al cuello, comerle la boca y dejar que deslice sus manos por debajo de la preciosa falda de Hoss y.. ay, no te puedes quitar de la cabeza que vas a tener que decirle lo más sensualmente posible “no te me enfríes que vengo enseguida” porque sabes que en cuanto lo digas, ¡zas!, acabas de bajar como poco cinco grados la temperatura, un calor que aunque intentes recuperar ya no, y aunque no va a dejar de pasar has logrado en dos segundos que deje de ser algo espontáneo y como serlo no lo es del mismo modo se te pasan a ti las ganas intentando encontrar la forma de hacerla desaparecer (¿por qué no hay en todo aseo una incineradora?) y se te antoja desaparecer tú, muy maleducado por otra parte, pero como es un desconocido, pues hasta te lo planteas.

Para evitar esa insana costumbre de me retiro al baño medio minuto está el truco Copperfield que es el de que no se de cuenta de que mi amiga está ahí y hacerla invisible ante sus narices, sin perder ni un instante, sin enfriar el ambiente, sin pausas, manteniendo el ritmo, manteniendo la magia con magia. Mírame a los ojos, guapo, y tiras de la bragacompresa mientras le besas sin apartar la mirada de sus pupilas. Pero el truco Copperfield tiene sus claves: es importante estar bien cerca de él, es importante distraerle con algo que le llame poderosamente la atención (sí, besarle profundo mirándole a los ojos les pone y les distrae), es fundamental que se de cuenta de que te las estás quitando (le motivará sin verlo), pero también es recomendable que hagas con ella un buruñito y que desaparezca en algún lugar donde no te las vayas a olvidar y no las pueda encontrar, y los hay que la buscan, créeme, el trofeo. Ahora, si es un idiota de los que insiste en llevarse trofeo se lo metes en la chaqueta y cuando desaparezcas te haces unas risas maliciosas imaginándole tirar de bolsillo y encontrase el pack completo. Nada elegante (me rio sola). Por supuesto el truquito resulta muchísimo más complicado con tampax, aunque no imposible. A mi se me antoja realmente difícil, cosas de mi suelo pélvico.

Ya. Sé que estos reparos no los compartimos todas, pero a pesar de lo que imagines, yo soy de esas que jamás verás de leggins por la calle porque creo que es como interrumpir en el escenario desnuda y sin excusa: inútil y para toda la vida. Poco glamouroso y menos elegante. Así que para mi lo más importante de la magia es la tranquilidad y seguridad con la que puedo imaginar o previsualizar el instante y forzar la escena, porque no me quita la ilusión ni avergüenza mis ganas y puedo andar por la vida y por el mundo suelta o compresa, igualmente, sin que me quite el hambre.

Las imágenes -tan bonitas, tan limpias- que ilustran este artículo, son de la colección de lencería de Oysho de 2013, publicadas en «Sexy en Nueva York«.

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