El amante que escudriñaba pupilas.

Tuve un amante que me miraba a los ojos mientras me acariciaba.

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Me pedía que me sentara delante de él, cara a cara, ambos en el borde de las sillas, frente a frente, colaba sus manos entre mis piernas y llegaba. Parecía buscarme en la mirada y cuando ya casi me encontraba cerraba indefensa los párpados, los apretaba fuerte, y él aprovechaba para subir la intensidad del movimiento; acercaba su boca a mis labios entreabiertos para sentir mi aliento acompasado, para que no dejara de sentirle; apenas me tocaba con los labios, apenas me rozaba con su boca mientras lo hacía, yo me agarraba a sus hombros y cuando me sentía más tensa, más fuerte, buscaba la base de mi cuello para pellizcarme suavemente con los labios poco a poco hasta el lóbulo. Dejaba de oírle cerca, dejaba de oírle, dejaba de escucharle y sólo oía el mar, venía el mar, venía, llegaba, llegaba rápido, con los ojos cerrados.

Tuve un amante que me miraba a los ojos antes y después de acariciarme, antes a diferencia de todos los demás, después como ningún otro porque al llegar, cuando todos los músculos cedían, me seguía buscando en el fondo de los ojos para encontrarme, como si supiera que en las retinas guardara lo más delicado de mi, lo más preciado, más aún que lo primero, más que el corazón. No le importaba tenerme desnuda, no le importaba que le diera todo, que no me resistiera nunca, que nunca me negara, que jamás estuvieran ante él inapetente, quería más, más, y aún no he sabido qué quería, porque al final, indefensa, sólo le encontraba a él con su silencio y su sonrisa rebuscando qué sé yo qué en mis pupilas. De entonces me viene la costumbre de cerrar los ojos con fuerza y dejarme al tacto, la costumbre de abandonarme al mar con los párpados apretados y las muslos separados, o con los ojos vendados, segura en la oscuridad, segura.

Tuve un amante después disciplinado, de los que tienen sus tiempos, sus horarios, ritos y normas, y además les gusta tener el control de cada paso, tomarlo todo en el momento. Me indicaba enérgico e incluso marcial el cómo, el dónde, el qué y el cuando, y yo obedecía, hacía, me dejaba y disfrutaba. Me sentía más segura en sus manos, bajo su mando, ante su fuerza y su empuje que con aquel otro amante anterior que casi me encuentra en el fondo, en mis pupilas, ante el que he estado más desnuda que con nadie porque casi casi casi consigue descifrar todo el enigma. Y si lo hubiera conseguido, entonces, hubiera perdido gracia el resto, hubiera perdido gracia el resto de mi ser, hubiera perdido la gracia ser.

Imágenes de la colección 2014 de Luna Mae London Couture Lingerie con Marlijn Hoek fotografiada por Richard Bernardin.

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