El pícaro Eulenspiegel según el maestro Richard Strauss.
Aunque el género fue creado por Liszt, fue con Strauss cuando el poema sinfónico alcanzó las mas altas cotas de virtuosismo, perfección y equilibrio.
En ocasiones, los críticos han calificado a Richard Strauss como compositor heroico. Y debe ser cierto porque echando un vistazo al catálogo del compositor muniqués podemos confirma que fue un auténtico maestro del poema sinfónico. Don Juan, Don Quijote, Zaratustra, Macbeth y el héroe de Una vida de héroe –es decir, el propio Richard Strauss en persona-, son algunos de los héroes protagonistas de los poemas sonoros –como él prefería llamarlos- de Strauss.
A estos hay que añadir algún que otro antihéroe, como Till Eulenspiegel, uno de esos personajes aparentemente simples y que se comportan de un modo extravagante que abundan en la literatura europea. Es el protagonista de Las divertidas travesuras de Till Eulenspiegel, según el cuento picaresco, en forma de rondó, poema sinfónico compuesto en 1894 basado en la denominada Narrenliteratur o literatura de locos, género literario que se remonta al siglo XIII y que recoge las aventuras de una larga lista de locos ilustres con nuestro Alonso Quijano a la cabeza de todos ellos.
Till fue un bufón, aguafiestas y provocador, nacido en la ciudad de Brunswick, que había vivido en el norte de Alemania durante la primera mitad del siglo XIV hasta que la peste negra acabó con él. Sus hazañas, las de un humilde campesino que juega malas pasadas al ejecutar las órdenes al pie de la letra -o no entenderlas-, representa el humor medieval trasmitido oralmente por trovadores. Hasta que con el tiempo se convierte en uno de los emblemas narrativos más populares de Alemania y de Flandes, países donde se utilizó como símbolo de independencia frente al emperador Carlos V.
Alcanzado el siglo XIX, Till Eulenspiegel llegó a representar el espíritu de la Alemania rural frente a las corrientes renovadoras de principios de la era de la industrialización, mucho menos atadas a las tradiciones más profundas. Y para representar ese espíritu, Strauss abandona la grandilocuencia y el tono grave de otros poemas sinfónicos y se dedica a describir en tono cordial, aunque con el mismo ingenio y maestría de siempre, las distintas aventuras del pícaro personaje.