Tan sólo una mirada.
Y no hacen falta palabras... o sí, que si no no habría forma de contaros, lo que es crecer a su lado.
Cuando van pasando los años yo tiendo a hacer balance de mi vida, generalmente siempre a final de año. Una lista mental de cosas que he hecho, que he sentido, con las que he disfrutado, otras que hubiera preferido que no pasaran, gente a la que he conocido, con las que he aprendido… y así hasta que creo que no se me olvida nada, y siento ese placer de recorrer lo vivido con imágenes, sensaciones, canciones e incluso olores.
Y aunque ahora no estamos en diciembre, no necesitamos actualizar agendas y calendarios, ni preparar un final de año de fuegos artificiales y una docena de uvas. Para nuestra pequeña familia sí supone un cierre y un empezar de nuevo. Y quizás por eso estoy yo en ese trance recolector de momentos.
Medio año es suficiente para llenar una tarde de sofá, libreta, bolígrafo de tinta negra, y música de fondo. Medio año que nos ha regalado a una Teresa niña, parlanchina, risueña y con una especial predilección por el baile y el cante. Seis meses de felicidad y momentos de transición, de finales esperados, de comprensión, de amigos con mayúsculas, de miradas cómplices, de confidencias y de listas de Spotify que hablan por sí solas.
Pero quizás si tuviera que elegir algo, una sola cosa que justificara ya no media docena de meses, sino una vida, sería su mirada, la forma en la que ella me mira, porque como dice la canción, su mirada me hace grande. Y sólo con eso resumiría lo que de enero a junio me ha dado este año, que no ha dejado de sorprendernos con ese 13 a la cola.