Que lo sepas.

Es tiempo de abandonar las cuatro paredes que nos han estado cobijando los últimos seis meses.

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Ahora que los días son más largos y que el sol invita a dejar las cuatro paredes que nos contuvieron todo el invierno, Teresa y yo pasamos el día entre el parque y los jardines de la urbanización. Pero la novedad no es ésta, que así contada es lo natural, lo que supone un cambio son las relaciones, que ahora son todas y que durante el invierno se reducen a coincidencias de zaguán, cuatro carreras en un centro comercial, o días concretos para ir a comer o a jugar con algún amigo.

Y como Teresa es de esas niñas a las que le gusta estar y divertirse en compañía, nuestras estancias de dos en el parque, subidas al columpio, de carreras hacia el tobogán o en la casita que ella se ha hecho bajo la estructura de la pasarela de madera, terminan siendo de tres, de cuatro y hasta de seis, según tenga el día.

Es como una pequeña relaciones públicas que siempre tiene de qué hablar con sus nuevos «amigos», y esto sin contar a sus queridísimas Ruth y Blanca, vecinas de planta de su misma edad, con las que ahora y tras la aparición de este sol que resulta tan sociable, suma tardes de urbanización con paseos en bici, juegos de pelota y persecuciones llenas de risas a la voz de «que viene el lobo».

Así que tardes al aire libre que después tienen su repaso nocturno, en el que ella y yo recordamos qué hemos hecho, qué nos ha gustado más, o si ha habido algún incidente del tipo caída en plancha sobre las piedras, con resultado de herida en la rodilla, con el que solemos volver mentalmente al lugar de los hechos para hacer repetición de la jugada y así quitarle hierro al asunto, o bien valorar lo que le ha dolido, que Teresa suele rematar con un «pero no pasa nada».

Y todo este nuevo trajín exterior es un cambio sustancial en nuestros ritmos de vida, que tengo que acompañar de un «que lo sepas» porque es el último hit dentro de sus expresiones, y que por su puesto es a mejor, porque el buen tiempo siempre lo es.

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