Si un abrazo todo lo cura…
... ¿por qué esperar a recibirlo? La proactividad es la clave, pero también saber disfrutarlo.
Hoy os quiero contar una historia. En 2004, un hombre de nombre desconocido cruzaba el mundo para volver a su país natal. Y aunque regresar pueda parecer la mejor de las cosas, para él fue duro. La soledad le sobrevino tras el divorcio de sus padres, la muerte de su abuela y tras su propia separación.
Pero lejos de caer en el clásico “no tengo ganas de nada”, decidió poner su ánimo a la cola, y asistir a la fiesta de unos amigos. Pero su desasosiego continuaba ahí, en ese interior inexplorado, hasta que llegó ella. Otra desconocida que viéndole allí, solo, y probablemente sintiendo su vacío, decidió regalarle un abrazo.
Su descripción del momento no deja lugar a dudas, “lo mejor que me había pasado nunca”. Y es curioso, porque sólo fue un poco de cariño. Y aún así, resultó ser el instante que cambió la dirección de su vida.
Así un 30 de junio, nuestro John Doe inmensamente agradecido, decide salir a la calle a repartir abrazos. Es grabado, y 74.395.875 visionados después, hacen que Free Hugs que comenzaba como una acción individual, se convirtiera en un movimiento de alcance mundial. Que por un lado señalaba la falta de afecto que existe en nuestra sociedad, mientras ponía sobre la mesa, la importancia de expresar y recibir esos afectos.
Todo esto para confesaros que el miércoles yo tuve mi propio momento. Un abrazo de 10 minutos, o 10 minutos de abrazo, regalo de mi pequeña Teresa, tras demasiado tiempo sin vernos. Ni uno más, ni uno menos. Porque fueron 10, los mejores 10 minutos que jamás hemos tenido.
Y la verdad es que resultaron ser suficientes para reflexionar sobre el bienestar, los lugares, las personas, las relaciones que podrían haber entre ellos, y el orden, que por suerte no siempre es como imaginamos. Nuestra educación emocional depende de cosas como ésta. Así que no sé vosotros, pero yo estoy dispuesta a convertirlo en una rutina.