Ordeno y mando.
Cuando pones en práctica a ese sargento que todas llevamos dentro.
Cuando te conviertes en madre hay un periodo en el que eres la misma, sólo que estás en modo learning in progress. Y en ese espacio de tiempo aprendes a convivir con ese alguien, que durante nueve meses ha ido pacientemente creciendo y haciéndote crecer, y no hablo sólo de físico.
La cuestión es más algo así, como un proceso de maduración al que llegas casi sin darte cuenta, mientras sigues siendo «la chica de ayer», y no la de hace dos días, sino la de siempre. La que fue adolescente, la que eligió una vida universitaria y la que después decidió trazarse una proyecto, que en formato de cuento tendría principio de «érase una vez», trama de bosque con enanitos, habichuelas mágicas, casitas de chocolate, gatos con botas y ruecas de madera.
Una historia de 34 años con 3/4 de diversión, 1/3 de rebeldía, y una mitad de horarios que bien podían haber sido vallas porque no hacías más que saltártelos. Hasta que de pronto eres madre y sin quererlo pones al sargento en modo ON.
Y entonces de los creadores de «haz esto», «ponte aquello», «eso no se dice», y «no grites»… llega la superproducción «no te digo que no te muevas por que sé que es un imposible», que resulta ser taquillazo porque en la trama y al final hay un intercambio de papeles.
Porque llega el día en el que después de tanto querer controlarlo todo, tu mini yo se vuelve y empieza con los «quiero» y los «mamá más» que a falta de un por favor seguido de un puedes, sólo te falta ponerte en posición erguida y los pies en escuara y decir «señor, sí señor».
Un momento en el que vuelve a tocar reflexionar sobre los métodos, sobre cómo se copian las conductas, sobre los corsés que nos ponemos y que les ponemos de esa forma tan natural, después de haber jurado un millón de veces aquello de «cuando yo tenga hijos no voy a…» que se queda en simple cortina de humo.
Y así nos vemos un día delante de nuestros hijos, con cara de circunstancia, tratando de reorintarles, después de haberles confundido en las formas, por querer hacer de ellos personitas correctas y educadas, sin entender que lo mejor hubiera sido hacerles entender y no imponer.
Dejar de ser una mamá tendente al drama, rendida a las frases de herencia familiar, y a esas conductas que derivan en manuales de ejército. La buena noticia es que es posible, que sólo es una cuestión de práctica. Después sale todo rodado.