Movernos entre percentiles.
Una cuestión de medidas, de límites de conseguir el equilibrio.
Si hay algo que durante toda mi vida me ha traído de cabeza, es el reconocimiento de los límites, para conmigo, para con los otros, aunque es verdad que algunas de estas acotaciones, tienen algo así como un manual de uso. Son como tablas que nos indican: hasta aquí bien, si te pasas ya no es bueno, y quedarte corta te deja casi con un sentimiento de orfandad.
No es algo que se supere sin más, porque cuando crees haber conseguido establecer unos, llegan otros, si cabe más complejos, a recordarte que tienes que volver a ejercitar tu dispositivo de medir. Se trata de un tema recurrente, aplicable a todo, incluso al crecimiento. Y aquí abro dos puntos y me explico.
Esta semana teníamos pediatra, nuestra cita mensual con Lucía. Revisión general y momento de ruegos y preguntas, la mayoría anotadas desde casa, y algunas que surgen durante la exploración. Pero esta vez yo iba con una idea fija que me venía rondando hace ya meses.
El mes pasado tuvimos que hacerle a Teresa una ecografía abdominal, un pequeño susto, resultado de un vientre más hinchadito y duro de lo normal. Al final nada, pero desde entonces y después de las sospechas de hacía ya unos meses, no quise desperdiciar la oportunidad de contrastarlas.
Y tras un cómo va todo, cómo sigue Teresa, la lancé: ¿podríamos ver la evolución de sus percentiles? Estoy preocupada con la inflamación de su tripita, pero creo saber de dónde puede venir, porque hemos estado 10 día de viaje y he notado que no se le ha hinchado ni un solo día.
En efecto la evolución de su peso desde el año, había sido de un 30% de subida, que no es preocupante teniendo en cuenta que su percentil de altura está muy por encima de la media. No obstante el quid de la cuestión estaba, en que estos síntomas coincidían con el mes después del comienzo de la guardería.
Así que los datos apuntaban a que quizás lo que había estado pasando, era que las cantidades de comida que le habían estado dando estos meses, eran excesivas, más de lo que probablemente ella necesitaba, por lo que había que tomar cartas en el asunto.
Una conversación al día siguiente con María, su profesora, fue suficiente. Establecimos reducir las cantidades, hacer los trozos más pequeños y no ponerle toda la comida de una, porque su ansia muchas veces hace que parte de lo que coma ni siquiera lo mastique.
Y mano de santo, oye. Ese mismo día ya no había vientre inflamado, ni tampoco el siguiente. Nosotros felices y con la sensación de que la intuición es parte de esa tabla de medir a la que deberíamos hacerle más caso generalmente.