Límites de espuma.
Podría ser el título de un libro, pero es la mejor forma de expresar que hasta lo más complejo se puede resolver.
La playa se llena de niños, de familias que cerca de la orilla remojan los pies, y despliegan todo un entramado de juegos de arena, donde el cubo y la pala tras los años, continúan ejerciendo su reinado.
Los padres, las madres, algunos sobre toallas, otras sobre sillas de playa, y una mayoría, cual vigilantes de los límites entre la espuma de las olas y la arena compacta, lo observan todo sin perder detalle, incluso inmortalizando caras llenas de arena o la construcción del primer castillo de la mañana.
Escenas todas comunes, pero para mí ajenas hasta el próximo agosto, que será cuando mi pequeña de piel nívea y yo disfrutaremos de los placeres del verano.
Hasta el momento, Atlántico y Mediterráneo se conectan cada tarde bajo el hilo musical de la «taza y la tetera», algún caballo mecánico de fondo y la aparición estelar de alguna «nena», que suele dejar a Teresa bajo un hechizo que consigue mantenerla cerca de la pantalla del teléfono sin apenas pesatañear.
Pero los próximos días serán diferentes. Sin escenarios conectados, lejos del frío mar del sur y cerca del tibio Mediterráneo. No es mucho tiempo, pero sí suficiente para disfrutar, disfrutarla, y disfrutarnos, entre el jolgorio de niños que igual que nosotras construirán y cavarán en la arena, esperando que las olas lo inunden todo para poder empezar de nuevo. Y ya para entonces, el olor a sal y el rumor del mar, habrán empezado a formar parte de los recuerdos, los de este verano, los de 2013.