Época de cuentos.
Caperucita, Los duendes y el zapatero, El gato con botas...
Ya ha llegado el momento, y no sabéis cómo lo he estado esperando. Llevo meses queriendo dar el paso, ese que tras el baño y la cena, nos dejara tiempo para un cuento. Que no es que no lo tuviéramos, es sólo que hasta hace un par de semanas, Teresa más que escuchar, se activaba y se le hacía más difícil conciliar el sueño.
Pero ya podemos, sí, y a ella le encantan, los escucha con mucha atención y yo disfruto muchísimo leyéndoselos. Aunque de todo esto sólo una pega, y es lo que me ha costado ponerme al día.
No me lo podía creer, no era capaz de contar un solo cuento del tirón. Un desastre, una mezcla imposible, y muchísimas lagunas. Para mí «El gato con botas» no tenía más que el título, «Ricitos de oro» no pasaba de ser una niña con el pelo rubio, y lo de «Pulgarcito» mejor os lo cuento.
Recordaba las miguitas de pan o las piedras, que le ayudaban a rehacer el camino de vuelta a casa, pero en absoluto que tenía seis hermanos, que eran extremadamente pobres, y que sus padres aún siendo todos menores de edad, les habían dicho que debían trabajar para buscarse la vida. Y a mí, perdonadme, todo esto me resulta muy duro para un niño. Claro que todavía no he llegado a esa parte en la que los niños, solos y de noche por el bosque, encuentran una casa en la que deciden pedir cobijo, y en la que desafortunadamente vivía un ogro ¡que comía niños!
Para que os hagáis una idea, tuve que dejar de contarle el cuento sólo de pensar en las imágenes que Teresa podría estar recreando con su imaginación. Las mías eran terribles.
Aunque he de decir que el resto de historias no eran mucho mejores. ¿Que la madrastra de Blancanieves contrata a un cazador para que se la llevara al bosque y la matara? ¿Que el patito feo se sentía tan desgraciado que tenía que ir huyendo para que no se burlaran de él? ¿Que el flautista de Hamelín al no recibir recompensa alguna, después de librar al pueblo de las ratas, encierra para siempre en una cueva a todos los niños del pueblo?
En fin que no sé si seguir, o simplemente decir que Teresa se queda con su «papeushita roja» y su gato «a botas», que aunque pillo y pelín extorsionador, tiene una historia más amable y con final feliz.