Con tus manitas.
Tardes de papeles en el suelo, tijeras y barras de pegamento.
Hace años, muchos ya, cuando yo tenía veintipocos y disfrutaba de vida universitaria, conocí a una pareja que tenía dos niñas, que ahora ya son tres. La mayor, rubia de ojos azules y una timidez que acentuaba su delicadeza. Y la pequeña morena, de pelo rizado y unos ojos marrones tremendamente expresivos.
Pasé muchas tardes con ellos, y muchos días, porque durante esa etapa de mi vida fueron como una prolongación de mi familia. Y como por aquel entonces echaba infinitamente de menos a mi hermano, que aún era un niño de no más de 5 años, había veces en que ellas, las dos chiquitusas y yo, pasábamos las horas jugando.
Descubrí muchas cosas, porque a través de los ojos de los niños siempre se hace, y lo pasé tan bien que aún hoy recuerdo situaciones, como si las hubiéramos vivido ayer. Y casi es así, porque esta semana Teresa y yo, gracias a Laura y a su forma de cuidarnos desde la distancia, hemos podido desempolvar las sensaciones de uno de esos momentos.
La culpa la tienen un tutú rosa de pompones de colores, y una varita de cartón. Porque de mis tardes de hace años, aún quedan los disfraces, y los mundos imaginarios de brujas y princesas, que a través de ese tutú vuelven para devolvernos las risas y los bailes de vueltas infinitas.
Y así hemos estado esta semana, en la representación de hada bailarina, que casi por impulso nos ha llevado a la creación de coronas y estrellas de papel, de árboles y muñecas de esas unidas de manos y pies, que además me animan a poner en práctica aquel eslogan de los 80 «con tus manitas y Feber, querer es poder». Que para mí suponen una vuelta a las tijeras y a las barras de pegamento, y para Teresa un descubrir lo que da de sí una simple hoja de papel.