Adivina cuánto te quiero.
Cuantificar es difícil, es más una cuestión de expresión, de evidencias.
El querer es un sentimiento que se enraiza en lugares que por lo general se escapan a nuestro control. Cuando queremos, solemos creer que lo hacemos por motivos racionales, porque le damos palabras al sentimiento, y esas sensaciones por lo general descriptibles, son las que nos mueven en nuestras relaciones con los otros.
Hablo de amor, sí, pero no necesariamente del amor romántico, porque en estos supuestos también tienen cabida los afectos amistosos, incluso los que nos unen a nuestros hijos. Que son amores diferentes pero igual de intensos.
En algún momento de nuestra vida llegamos a experimentarlos, unos con más pretensiones que otros, y cuando se activan nos unen a quienes lo motivan para el resto de la vida. Y es así porque los mecanismos del querer tienen memoria, y suele ser duradera.
La experiencia y sus efectos darían para más que un libro, y como no tenemos tanto espacio, me limitaré a contaros una historia. La de Teresa y Gonzalo.
Ellos se conocen desde bebés, pero quienes soléis caer por estos Oops ya lo sabéis. Durante su primer año y medio, que pasó mucho por la observación hasta que pudieron empezar a jugar, solían verse a menudo, cosas de madres claro. Mientras que estos últimos seis meses y obligados por la distancia, el FaceTime ha sido medio y forma de comunicación.
Pero aunque el tiempo ha pasado, los kilómetros han sido barrera, y los dos ya suman 27 y 25 meses de experiencias, sus afectos y sus recuerdos siguen intactos. Porque cuando se ven todos son sonrisas, y porque cuando no, todo pasa por sus nombres, por sus recuerdos que en lo que respecta a Teresa, se repiten en su particular forma de describirlos, una y otra vez.
De lo poco que he aprendido en la vida sobre estas sensaciones que remueven y que pueden generar tanto bienestar, me quedo con estas, con las que se generan de tan pequeños, por la inocencia, por su sinceridad y por la naturalidad para expresarlas.
Ternura elevada al cuadrado que demuestra que el querer no tiene edad, y que eso de cuantificar es más un relato de experiencias. Así que experimentemos con la apertura de los niños, que de esta forma todo se siente mucho mejor.