Yom Kippur.

Estos días se conmemora el cuadragésimo aniversario de la cuarta guerra árabe-israelí.

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Existe un consenso más o menos generalizado cuando se señala el 5 del mes de Iyar de 5.708 del calendario hebreo como uno de los momentos más trascendentales en la historia de aquel que estaba llamado a convertirse, según el profeta Isaías y Ben Gurion, en luz de todas las naciones. Sin duda lo fue aquel 14 de mayo de 1948, día en que el Consejo Nacional Judío proclamó en Tel Aviv la independencia del Estado de Israel, materializándose por vez primera la utopía de una sociedad independiente, igualitaria y democrática. Pero no menos trascendental sería aquel otro que se produciría en 1977 cuando, por primera vez en la historia de Israel y a consecuencia de la Guerra del Yom Kippur, los socialistas perdían las elecciones y el gobierno fue ocupado por la coalición de derecha representada por el Likud.

La Guerra del Yom Kippur fue el conflicto armado que tuvo lugar durante el mes de octubre de 1973 cuando Egipto y Siria intentaron recuperar los territorios que Israel ocupaba desde la Guerra de los Seis Días, y después de que el gobierno de Golda Meir rechazara una propuesta del presidente egipcio Sadat para alcanzar un armisticio. El 6 de octubre había sido elegido cuidadosamente como fecha del ataque, Yom Kippur, día de la expiación en el calendario judío y jornada festiva no exenta tampoco de connotaciones simbólicas para los musulmanes. Los egipcios cruzaron el Canal de Suez mientras los sirios atacaban los Altos del Golán, superando las desguarnecidas defensas judías. Israel había ignorado las alertas dadas por la inteligencia y fue asaltada por sorpresa.

Sin embargo, superado el primer golpe y el alto número de bajas, a mediados de mes Israel había conseguido movilizar a sus tropas y contraatacar en ambos frentes. Además, insatisfecho y con la convicción de que cualquier guerra en la que se viese implicado debía ser transferida a toda costa a territorio enemigo, inmediatamente invadió Siria y amenazó Damasco, situando un grueso de tropas a 100 kilómetros de la capital. Al mismo tiempo, el pragmático general Ariel Sharon, desobedeciendo las órdenes del Ministro de Defensa Moshé Dayán, dejaba fuera de combate a todo el tercer ejército egipcio y situaba a El Cairo a tiro de sus blindados. Una vez más, la pequeña nación hebrea manifestaba su determinación para defender la integridad del Estado con todos los medios posibles, y respondía con una solución ad-hoc, inmediata, resolutiva e inexorable, a todo aquel que se atreviese a violar el statu quo dictado desde la Knéset.

Tras una resolución de la ONU, el día 25 de octubre se acordó un alto el fuego – negociado por el secretario de Estado norteamericano Kissinger en Moscú- en el que ambas partes se consideraban vencedoras. Un compromiso singular en el que Israel mantenía los territorios conquistados y que constituía la notoria manifestación del papel de primer orden jugado por Oriente Próximo durante la Guerra Fría entre el Este y el Oeste.

Con la Guerra del Yom Kippur se hizo visible la vulnerabilidad de Israel, aunque los resultados finales también revelaron las enormes dificultades tanto de Egipto como de Siria para recuperar los territorios perdidos por la vía militar unos años antes, incluso en condiciones ideales de sorpresa estratégica y táctica.

En la sociedad surgieron dudas sobre la naturaleza de la ocupación en el Sinaí, Gaza y Cisjordania y la relación con los palestinos, preguntas sin respuestas que abrieron una profunda brecha en la política y la moral israelita. La supuesta sociedad integrada sobre la que descansaba la herencia inquebrantable de las 12 tribus parecía hacerse pedazos y sus políticos fueron sometidos a dura crítica. Como en el resto del mundo en esa década de crisis, los cambios se dejaron sentir de inmediato, esta vez en forma de nuevos colonos ultranacionalistas que comenzaron a asentarse sistemáticamente en los territorios del Gran Israel y revelándose como los continuadores del verdadero sionismo.

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