Tres.
Historia para unos, mito para otros, continúa ritualizándose cada seis de enero.
Andando tres jornadas, encontraron un castillo llamado Calasata, que en francés quiere decir castillo de los adoradores del fuego; y es verdad que en ese castillo adoran el fuego, y les diré por qué. Los hombres de aquel castillo afirman que antiguamente los reyes de aquellas provincias fueron a adorar un profeta que había nacido, y llevaron regalos: oro para saber si era rey terreno, incienso para saber si era dios, mirra para saber si era eterno. Y cuando llegaron, el más joven fue primero a verlo, y le pareció que tenía su mismo aspecto y edad; en seguida fue a verlo el mediano y luego el más viejo: y a cada uno le pareció que tenía su forma y su edad. Y al contarse entre ellos lo que habían visto, se maravillaron mucho, y pensaron andar todos juntos; y al llegar juntos, a los tres les pareció como realmente era, es decir, un niño de 13 días.
En el año 586 a.C., inmediatamente después de la toma de Jerusalén y la destrucción del Templo por Nabucodonosor II, los hebreos que habitaban el sureño Reino de Judá fueron deportados a Babilonia. Durante su cautiverio conocieron a los magoi, palabra griega para los sacerdotes persas dedicados al culto a Zoroastro. Gente experimentada en la astrología y la astronomía que a su vez, quedarían sorprendidos por la extraña historia que relataban los judíos acerca de un Mesías que nunca acababa de llegar. Casi seiscientos años después, Israel se encontraba bajo el yugo romano. La eterna posibilidad de que la profecía se cumpliese mantenía encendida la llama de la esperanza, haciendo que cada noche los hombres sabios que habitaban en la tierra del nacimiento del sol escrutaran el firmamento en busca de algún signo que anunciara su venida.
El de Mateo es el único Evangelio que hace referencia al episodio de unos Magos que llegaron desde oriente siguiendo una estrella. Aunque en las catacumbas se representen dos o cuatro y las iglesias sirias y armenias hablen de doce, pronto la tradición tomo como conveniente que fueran tres, pues además de coincidir con los dones que ofrecieron al Niño, el tres representa el equilibrio y la perfección de lo acabado, así como es símbolo de la Trinidad. Tres son las edades del hombre y también, durante mucho tiempo, tres fueron las partes del mundo conocido, aquellas habitadas por las estirpes de Sem, Cam y Jafet, los hijos de Noé.
A principios del siglo III, el controvertido teólogo Tertuliano encontró en el salmo 72 –Todos los reyes se inclinarán ante él, y todas las naciones le servirán– la clave para relacionar estrechamente realeza y sacerdocio y la adoración de los Magos al Mesías como la continuidad del acto que la Roma imperial acostumbraba a imponer a los vencidos en forma de procesión tributaria. Si tenemos en cuenta que en el siglo I el incienso costaba casi como el oro y la mirra valía unas siete veces más que el oro, la ofrenda de los Magos representaba, sin duda, un altísimo valor económico. Algo que los teólogos se preocuparon bien en señalar a través de significados de mayor trascendencia simbólica, oro para el rey, incienso para el Dios y mirra para el hombre.
En 1162, Federico Barbarroja saqueó Milán. En una basílica encontró un sarcófago que supuestamente habría contenido los restos mortales de los Tres Reyes Magos. El canciller imperial Reinaldo de Dassel mandó trasladar los restos en él contenidos a la catedral de Colonia, de donde era arzobispo y donde todavía hoy se puede contemplar el relicario de los Tres Reyes Magos. Un siglo después, el ilustre mercader y explorador veneciano Marco Polo nos asegura que visitó las tumbas de los Magos en otro lugar, como nos asegura en el párrafo que abre estas Galeras Reales. Esta es una historia de sueños, un relato simbólico que revela una verdad que no es objetiva ni científica. La única certeza es saber el alto valor económico de una reliquia que convierte a una ciudad en destino del peregrino.