Navidad 1914.

En estos días se conmemora el centenario de la Tregua de Navidad.

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¿No has considerado acaso que cuando miramos al ojo de cualquiera que esté delante de nosotros, nuestra faz se hace visible en él, como en un espejo, justamente en lo que nosotros llamamos pupila, reflejándose allí la imagen del que mira?… Pues bien, querido Alcibíades, si el alma desea conocerse a sí misma también debe mirarse en un alma.

Alcibíades, Platón.

En el invierno de 1914 y tras la Carrera hacia el Mar, franco-británicos y alemanes se encontraban al refugio de dos líneas paralelas de trincheras que se extendían desde el Mar del Norte hasta Suiza. Hacía cinco meses que había estallado un conflicto que todos pensaban duraría poco tiempo, que todos estarían de vuelta gloriosa para el otoño. Sin embargo, allí seguían, hacinados, desmoralizados y comidos por los piojos, paralizados por el frío y el pánico, entre ratas contra las que no había resguardo. La guerra se mostraba cruel y descarnada, por lo que lo sucedido en la primera Navidad de la Gran Guerra puede resultar sorprendente, pero no fue un hecho tan espontáneo como pudiera parecer.

Para elevar la moral de las tropas, unos días antes el káiser Guillermo había ordenado el envío de adornos para decorar sus trincheras, velas y árboles que venían acompañados de raciones extra de rancho, chocolate, tabaco y alcohol. Unos dicen que fue un soldado anónimo; otros que Walter Kirchhoff, un famoso tenor wagneriano, quien comenzó a cantar el villancico Stille Nacht, Heilige Nacht en los campos de Ypres. Enfrentados, los británicos comenzaron a responder entonando los suyos propios y lanzando cigarrillos desde sus posiciones de batalla. Poco a poco, unos y otros fueron saliendo hacia la tierra de nadie, superando el miedo, tocándose, charlando, bromeando e intercambiando lo mucho o lo poco que tenían. Al día siguiente la artillería silenciada permitió a ambas tropas recuperar los cuerpos de sus caídos, que decidieron llorar dignamente y enterrar juntos tras leer un fragmento del Salmo 23. Se dice que incluso en los escasos metros que separaban unas trincheras de otras, Alemania derrotó 3 a 2 a Inglaterra en un improvisado partido de fútbol. No se sabe bien cómo pero a este pacto tácito le sucedieron otros en otros lugares del frente occidental, incluso en el atroz frente oriental, treguas no declaradas que duraron no ya sólo el día 25, sino hasta Año Nuevo y posiblemente, en algunos casos, hasta febrero.

En el diálogo que encabeza estas Galeras Reales, Platón nos revela cómo el conocimiento de nosotros mismos sólo aflora a través del conocimiento y la admiración del otro. Es lo que ocurrió aquellos días, que gente común y corriente reflexionó sobre la existencia de otra gente común y corriente en un diálogo intenso, sin distracciones. Por eso, porque ahora te conozco y no logro entender por qué debo asesinarte, de vuelta en las trincheras ningún bando quiso retomar los disparos cuando tan sólo unas horas antes lo habría hecho sin remordimiento alguno, matar a un enemigo sin rostro. Un proceso corto y sencillo pero suficiente para transformar la conciencia de los soldados hasta hacerla contradictoria con lo que se esperaba de ellos. En aquel infierno de alambradas, minas, cráteres y camaradas agonizantes, la Tregua de Navidad de 1914 había abierto en ellos un instante de existencia con el otro.

Muchos de aquellos soldados y oficiales fueron ajusticiados de acuerdo con sus respectivos códigos, acusados de alta traición por confraternizar con el enemigo. El resto, fueron relevados por nuevos soldados quienes por el sólo hecho de no conocer al enemigo estaban dispuestos a matarlo. Rotaciones que se sucedieron en la navidades siguientes, acompañadas de ataques masivos, bombardeos constantes y raciones extras de alcohol.

A primeros de año, en los mismos campos de Ypres, tuvo lugar el primer ataque con gas de la historia cuando los alemanes bombearon con cloro las posiciones enemigas.

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