La patata aventurera.

Esta es la historia de una patata que iba por libre y un agricultor que veía impotente como el mundo se volvía loco por una patata aventurera.

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Era la simiente negra de la familia y la verdad es que no le importaba demasiado, una y mil veces le habían explicado en la escuela de patatas de siembra que lo único que tenía que hacer era dejarse caer en el momento y lugar exacto en el que el agricultor decidiese y, en caso de duda, no salirse nunca de la fila en la que iban las demás pero en las mil y una veces debía estar pensando en otra cosa, sin prestar la atención debida a tan importante recomendación y, cuando le llegó el turno y el agricultor la sacó del cubo para echarla a la tierra no sólo no pudo ver por donde iban las demás sino que se cayó de la mano antes de lo previsto, sin que el agricultor se diese cuenta y rodó alejándose de sus hermanas, las que sí habían cumplido aquella norma tantas veces repetida: dejarse caer en el momento y lugar exacto…

Lo curioso del asunto es que las simientes negras solían quedar al descubierto y pudrirse con vistas al cielo y eso no fue lo que le sucedió a ella, para vergüenza de sus obedientes hermanas ella se hundió en la tierra en un lugar donde nadie miraba, al que nadie miraba, en un lateral de la tierra perfecta y ricamente cultivada y, cuando llegó el momento, sus ramas eran tan verdes y prometedoras como las de sus hermanas; el agricultor, cuando recorría su tierra para asegurar la buena marcha de la cosecha y la ausencia del cualquier escarabajo que pudiera echarla a perder, solía pararse a mirarla, al principio lo hacía con cierta sorpresa pero, con el paso de los días, solía acariciar sus ramas y, si alguien pasaba por el camino atraía su atención hacia ella, mira, decía al paseante, una patata aventurera*.

En la tierra era la comidilla de todas, sus hermanas obedientes no daban crédito, ellas sí se dieron cuenta del momento en el que se había perdido y la daban por putrefacta desde hacía semanas cuando vieron sus ramas despuntado a unos pasos de donde ellas crecían ordenadamente, tal y como las había colocado el agricultor; la concentración era absoluta, una patata aventurera que crecía donde le daba la gana y como se le antojaba sin los cuidados del agricultor no podía dar un fruto mejor que el suyo ¡faltaría más! La semilla negra de la familia no podía hacerles sombra.

A ella todo eso le daba igual, estaba feliz, fuera del bullicio patatero de siempre y medio perdida entre malas hierbas que, con sus pinchos y su fealdad parecían hechas para protegerla del interés de los animales que, de haberse comido sus hojas, hubieran impedido que ella hiciera lo suyo bajo tierra… criar a sus patatas.

Y entonces sucedió el desastre…

En pocos días vio como las ramas de sus hermanas obedientes empezaban a menguar y no era que se acercase el momento de la cosecha sino que, a pesar de los desvelos del agricultor, las habían localizado…

Primero fueron unos pocos escarabajos en unas pocas matas pero a los pocos días la plaga afectaba a la plantación entera; el agricultor ya no la recorría, apenas se acercaba a la tierra… Lo que la patata aventurera no sabía es que el buen hombre trataba de encontrar un remedio para acabar con aquella plaga y salvar a sus hermanas obedientes pero no podía, cualquier producto que aniquilase aquellos insaciables escarabajos estaba prohibido, es más, habían llegado incluso hablarle del derecho a la vida de aquellos destructivos insectos… ¿Y yo a qué tengo derecho? Se lamentaba el hombre viendo su plantación desde la ventana y sabiendo que, destruidas las verdes ramas de sus patatas, ya todo estaba perdido…

Aquel año el agricultor vio números rojos en su libro mayor aunque lo peor sucedía en las ciudades: en las tiendas, mercados y supermercados no sólo escaseaba la patata sino que la que se podía comprar estaba a tal precio que los viejos como el agricultor pasaban junto a ellas sin atreverse casi a mirarlas, preguntándose en qué momento la humanidad se había vuelto loca.

La única alegría para el agricultor aquel año se la dio la patata aventurera, los escarabajos no habían encontrado su mata y, cuando la arrancó para ver qué tesoro escondía entre las malas hierbas, sacó 20 patatas, nunca había sacado tantas de una sola mata. Miró con pena hacia su tierra pensando en cuán espectacular hubiera sido aquel año la cosecha si le hubiesen dejado vencer a la plaga de escarabajos.

Llevó a casa la veintena de patatas y ya había resuelto preparar con ellas varios platos que, a cuenta de la escasez del tubérculo, se habían convertido en artículo de lujo; estaba seguro que de le darían para una tortilla de patatas, una ración de bravas, otra de pulpo con cachelos, una fuente de patatas fritas y quien sabe si para alguna que otra patata rellena…

Pero nunca llegó a preparar ninguno de aquellos platos, lo llamaron de la cooperativa explicándole que el mejor cocinero del mundo buscaba patatas y estaba dispuesto a pagar por ellas una cifra que hizo que al agricultor casi le diera un vahído… Se deshizo de sus patatas y, para su sorpresa, las vio por televisión protagonizando platos que no entendía y por los que la gente pagaba cantidades mareantes ¡con patata gallega! decía el mejor cocinero del mundo; el buen agricultor apagó la televisión con desgana a pesar del jolgorio que había en el salón, con su mujer, sus hijos e incluso alguno de sus nietos celebrando la fama de las patatas del abuelo… ahora son artículo de lujo, murmuraba el hombre, estamos locos… ¡el hambre merecemos! Y que nos coman los escarabajos por los pies.

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*Pataca ventureira es el nombre que se da en Galicia a las patatas que nacen sin ser cultivadas; la patata protagonista de este cuento no es ventureira en cuanto a que sí procede de una patata de siembra pero eso el agricultor no lo sabe.

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La versión más personal de todos nosotros, los que hacemos Loff.it. Hallazgos que nos gustan, nos inquietan, nos llenan, nos tocan y que queremos comentar contigo. Te los contamos de una forma distinta, próxima, como si estuviéramos sentados a una mesa tomando un café contigo.

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