Caín.

Esta es la historia de Caín, un tuerto que quería ser rey de los otros y que, mientras señalaba la oscuridad del mundo, caía en el abismo de la pereza.

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Caín era feo. Tan feo por dentro como por fuera. Y no porque su rostro fuese deforme o su cuerpo desproporcionado, es más, su perfil era armónico y elegante, pero su expresión era tosca y retorcida, su ceño estaba siempre fruncido, sus ojos tendían a entrecerrarse como si siempre estuviese escudriñando en la vida de los otros, sus labios no sabían dibujar más que media sonrisa y su piel tendía enrojecerse y escamarse; no era muy alto ni muy bajo, muy gordo ni muy flaco… era vulgar y corriente, más vulgar que corriente, tal vez por eso fuera también feo, muy feo.

Caín estaba siempre enfadado con los otros y los otros podía ser cualquiera; con quien nunca se enfadaba era consigo mismo y es que a sí mismo nunca se miraba ni tan siquiera en el espejo; vivía de puertas afuera de su corazón, sin pararse a pensar lo que guardaba en él, no medía jamás lo que iba acumulando dentro, solo las sonrisas y felicidades ajenas y solo con el ánimo de aminorarlas, de encogerlas, de hacerlas insignificantes… Caín era tuerto y quería ser rey, para eso tenía que cegarlos a todos…

Pero Caín no era violento más que de pensamiento. Era cobarde. Y dado que los otros no eran ciegos ni tuertos y además se negaban a nublar su mirada, Caín fruncía más el ceño, torcía más el gesto, apretaba los puños, sentía que le ardía el infierno por dentro ¡qué injusto! se decía ¡qué injusto el mundo! ¡tú tuerto y ellos felices! ¡tú tuerto y ellos viendo en 4k! ¡con lo que tú podías haber sido y lo poco que te dejan ser!.

No es que odiase a los otros, es que a sus ojos eran odiosos salvo cuando la vida les arreaba un mandoble e hincaban la rodilla en tierra, entonces chapoteaba en la charca del placer guisado en el dolor ajeno y aliñado con especias del estilo ‘ya te dije que la vida era una mierda…’. Y el ángel caído, aun antes de erguirse plantando ambos pies en el suelo para seguir adelante, no pensaba más que en huir de la compañía de Caín porque, efectivamente, su vida era una mierda, vivir ansiando el mal ajeno en lugar de procurar el bien propio era una mierda… y era temible la idea de permanecer cerca de tal modo de ser y sentir demasiado tiempo ¿y si se acomodaba aquella charca maloliente de intenciones odiosas, vagas y perezosas? O peor… ¿y si a Caín se lo comía su papel de profeta del apocalipsis y movido por la inmensa cantidad de odio que acumulaba en su corazón la emprendía a golpes con él?.

La sola idea de tal escenario levantaba a los caídos y los hacía huir como almas que lleva el diablo… Y es que nadie quería ser como Caín pero menos aún caer como Abel.

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La versión más personal de todos nosotros, los que hacemos Loff.it. Hallazgos que nos gustan, nos inquietan, nos llenan, nos tocan y que queremos comentar contigo. Te los contamos de una forma distinta, próxima, como si estuviéramos sentados a una mesa tomando un café contigo.

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