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cerrarAntonio Pérez, el Lucifer Habsburgo.
Un asesinato y una historia sobre las luchas por el poder donde todos eran culpables, el rey por su hipocresía, los jueces por su servilismo y Pérez por sus intrigas.
Nacido en 1540, Antonio Pérez entró al servicio de la corona con veintiséis años, cuando fue nombrado secretario del consejo de Felipe II. El nuevo funcionario era un hombre culto, dotado de prosa y facultades suficientes para ser admitido en la república de las letras. No en vano había recibido una formación humanista en las universidades de Venecia y Padua, en Lovaina, en Salamanca y en Alcalá de Henares, además de haber recibido del clérigo Gonzalo Pérez, su padre y antecesor en el cargo, la instrucción precisa para habilitarse en el desempeño de su oficio. Al principio el rey se mostró distante respecto a aquel joven al que por derrochador consideraba derramado, pero pronto reconoció su valía en el ejercicio de los negocios de estado. Como secretario, Antonio debía estar al tanto de los asuntos de Italia, pero como partidario del primer ministro, el príncipe de Éboli, también se inmiscuyó en todo lo relacionado con Flandes. Cuando Éboli murió, Pérez se convirtió en el representante de sus opiniones pacificadoras respecto a los dominios del norte, contrarias a la línea dura de conmoción y pavor propuesta por el duque de Alba.
Después de llegar a Bruselas como gobernador de Flandes, Don Juan de Austria -el hermano bastardo del rey- se vio forzado a desempeñar un papel poco gratificante como pacificador. Además, en Madrid se corrió la voz de que el príncipe había urdido un plan secreto para invadir Inglaterra desde Flandes, casarse con María de Escocia, heredera del trono de Inglaterra, y devolver al país al catolicismo. Para Pérez, tales planes quebrarían las frágiles finanzas del reino y presentó a Juan de Escobedo, secretario y hombre de máxima confianza del príncipe, como el instigador de tan descabellada propuesta. En un viaje a España, Escobedo descubrió que Pérez estaba conspirando no solo contra él y su señor, sino incluso contra el rey, abusando de su preeminencia en la Corte para difundir determinados secretos de Estado. Alguna razón tendría Escobedo para pensar así pues antes de que pudiera denunciarlo fue asesinado en la madrileña calle de la Almudena. Los rumores inmediatamente señalaron a Pérez como el autor del crimen.
Se abrió entonces un proceso en el que el rey prudente, para defender a su secretario, pasó de no hacer nada a ordenar una investigación secreta, una instrucción real sin fórmulas ni carácter de proceso para indagar sobre conducta moral, fidelidad y limpieza de los servidores del estado. Hasta que las informaciones le obligaron a cambiar de actitud. En 1584, el secretario real Rodrigo Vázquez de Arce presentó una pila de cargos contra el ya ex secretario siguiendo la ley del encaje, aquella que según Covarrubias era la resolución que el juez toma por lo que a el se le ha encaxado en la cabeça, sin tener atención a lo que las leyes disponen. Cuatro años más tardaron en acusar formalmente a Pérez del asesinato de Escobedo y exigirle que entregara unos supuestos treinta cofres con documentos confidenciales de la corona. Comenzó así una larga huida que lo llevó a su tierra natal, el Reino de Aragón, donde sabía que por tener fueros propios en ese mosaico que era la corona hispánica, encontraría protección contra el rey del Justicia Mayor de Aragón.
Poco pudo hacer el Justicia, ejecutado después de la entrada del ejército real en Zaragoza. Aunque Pérez por aquel entonces ya se encontraba en Pau, en la vecina y protestante provincia de Béarn, desde donde llevó a cabo ataques con dos mil de sus fieles contra las provincias españolas limítrofes mientras entraba en contacto con los ingleses, para ver si estaban dispuestos a llevar a cabo una alianza global entre Francia, Inglaterra y el turco para invadir España y derribar la monarquía tiránica de Felipe II. Los ingleses fueron juiciosos, pusieron reparos y se negaron. Incluso cuando Pérez marchó a Inglaterra, llegando a ser miembro de la camarilla del conde de Essex y amigo íntimo del filósofo Francis Bacon, los ingleses tuvieron pocos motivos para confiar en él.
Antonio Pérez, el Lucifer Habsburgo, nunca regresó a España y murió en la casa de un amigo italiano en Paris, quejándose del frio y la soledad. Sin embargo, le sobrevivieron sus Relaciones donde presentaba una imagen tiránica de Felipe II y de la Inquisición. Publicadas en Pau, Londres y París y traducidas a varias lenguas, las Relaciones ayudaron a forjar el modo en el que los europeos nos veían y proporcionaron argumentos decisivos que favorecieron la leyenda negra contra una España que no contribuía en nada a una Europa civilizada.