A la paz perpetua.
En la primera década del siglo XXI, Grecia ha ocupado el cuarto lugar de los importadores de armas mundiales.
“A la paz perpetua”. Esta inscripción satírica que un hostelero holandés había puesto en la puerta de su casa, debajo de una pintura que representaba un cementerio, ¿estaba dedicada a todos los hombres en general, o especialmente a los gobernantes, nunca hartos de guerra, o bien quizás sólo a los filósofos, entretenidos en soñar el dulce sueño de la paz? Quédese sin respuesta la pregunta.
Según el filósofo Immanuel Kant, el hombre posee una doble tendencia natural; por egoísmo, desea vivir en sociedad pero, por otra parte, amenaza siempre con huir de cualquier colectividad y retornar a un primigenio estado de concordia, atraso cultural y animalidad. En el equilibrio entre las exigencias puras de la razón y las prácticas de lo empírico, Kant creía que sólo mediante la actuación de los Estados la humanidad podría alcanzar su fin último, el establecimiento de un reino de paz definitiva donde imperarían los ideales de la razón.
Al final de su conocido opúsculo sobre La paz perpetua, el filósofo prusiano invitaba a los políticos a que consultasen a los filósofos porque tal vez estos pudiesen ofrecerles buenos consejos. También que no recurriesen únicamente a los juristas, a los que atribuía una irresistible inclinación, muy propia de su empleo, a aplicar las leyes vigentes, sin investigar si estas leyes no serían acaso susceptibles de algún perfeccionamiento. En su opinión, para alcanzar aquellos objetivos eran necesarias unas condiciones previas que, formuladas como prohibiciones y destinadas a príncipes y políticos, enumeraban actos empíricos de los que toda sociedad ilustrada y racional debía desistir. Todo tratado de paz tiene que ser sincero; No se puede adquirir y comprar un Estado, Los ejércitos permanentes deben desaparecer totalmente con el tiempo; No debe emitirse deuda pública con relación a los asuntos de política exterior. Hay más pero los enunciados son suficientes para comprender a un tipo con fama de difícil y mucha mano izquierda.
Desde mucho antes de que escribiese su opúsculo, los Estados se han visto obligados a pedir préstamos ante la insuficiencia de los recursos generados. Hasta el punto de que tal y como se entiende hoy día, el Estado no se habría consolidado como institución política de no haber contado con la financiación de los Fugger, los Welser o los Medici. Créditos cuyo destino, en las modernas sociedades democráticas de hoy, se corresponde con la provisión de los servicios públicos necesarios que permite el Estado de Bienestar surgido en Europa tras la Segunda Guerra Mundial.
Las históricas tensiones entre Grecia y Turquía sobre el mar Egeo y Chipre han servido para justificar elevados niveles de gasto militar en dos países que forman parte de la OTAN desde 1952. Las últimas tensiones entre ambos se remontan a 1974; sin embargo, en la primera década del siglo XXI, Grecia ha ocupado el cuarto lugar de los importadores de armas mundiales y Turquía, el sexto. Pese a que en 2010 Turquía retiró a Grecia de su lista de posibles amenazas, Grecia sigue pagando el ser el país europeo que más ha gastado en términos relativos en la mayoría de los últimos 40 años, el doble de porcentaje de su PIB en defensa que la media europea. Bien documentados, algunos incluso dicen que sin contabilizar tan extraordinario gasto, actualmente no existiría deuda. Y han sido básicamente Francia y Alemania los beneficiados.
Hasta ahora, las deudas se han negociado, renegociado, quitado, condonado y lo acordado, devuelto con independencia del éxito o el fracaso de los fines perseguidos. Pero tiremos de Kant e invitemos a los políticos a que consulten con los filósofos –aunque sean alemanes- porque tal vez éstos pudiesen ofrecerles buenos consejos. Quizás alguno sobre las nefastas consecuencias de entrar en una espiral de privatización de ganancias y socialización de pérdidas. O sobre las de renunciar a pertenecer a la OTAN. Pensemos en los treinta y tres mil y pico de millones de euros que nos deben para pagar lo nuestro.