Petit, el científico olvidado en las trincheras

Esta es la historia del hombre que descubrió la técnica quirúrgica exitosa para operar cataratas.

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Quienes hemos sufrido alguna intervención ocular con los avances que la ciencia de hoy nos facilita no imaginamos, mientras bombardean con rayos láser de baja densidad nuestra retina, cómo empezó todo. Hoy día, por ejemplo, la operación de cataratas es algo sin importancia, leve, ambulatoria. Pero a comienzos del siglo XVIII la cosa era muy diferente. Esta es la historia del hombre que descubrió la técnica quirúrgica exitosa para operar cataratas. Eso entre otras cosas. Porque François Pourfour du Petit (1664-1741), conocido como Petit, fue un cirujano fogueado en su oficio durante los 20 años de guerra en los que estuvo envuelta su patria, Francia. Y eso le permitió, como buen científico, observar lesiones terribles que, afortunadamente no suceden en tiempos de paz.

Médico por la Universidad de Montpellier, cirujano en el Hospital de la Caridad de París fue discípulo de grandes nombres de la época. Pero su verdadera aula fue el campo de batalla donde, además de desarrollar su técnica para operar cataratas, observó un fenómeno que le llevaría a grandes descubrimientos. Los soldados heridos en un lado del cerebro quedaban paralizados de los miembros del lado opuesto del cuerpo. Desde 1693 hasta la Paz de Utrecht en 1713, pudo observar, experimentar con cadáveres y elaborar una serie de teorías que desarrollaría más adelante, una vez de vuelta en París, a punto de cumplir 50 años. Se sabe que en el campo de batalla sus conocimientos de botánica le permitieron recolectar hierbas medicinales para curar a los heridos.

Sus profesionalidad fue reconocida con su ingreso en la Academia de Ciencias de Francia en 1722. Diseñó su propio instrumental oftálmico. Describió y analizó la médula espinal y su unión al cerebro, y también los músculos de los ojos, tan olvidados por quienes usamos la vista como instrumento de trabajo.

Con una técnica experimental heredada de Galeno, demostró los efectos que tenían lesiones en los nervios del sistema simpático sobre el ojo, en concreto, en la humedad del ojo, la dilatación de la pupila y la inflamación del tejido conjuntivo. Esta serie de experimentos comenzados en las trincheras y continuados a lo largo de su vida fueron el caldo de cultivo para la solución de muchos problemas oculares que hoy aún padecemos.

Siempre choca que en medio del horror de una batalla como las que asolaban Europa en el siglo XVIII, con la precariedad de medios, conocimientos y tecnología, hubiera un médico obsesionado por estudiar los efectos sobre la vista y los procesos motores de las afecciones nerviosas.

Sus veinte años viviendo entre soldados rotos, olor a pólvora, suciedad y sangre, sirvieron para que tres siglos más tarde se salve la vista de muchas personas.

¿Y qué se sabe de este héroe de la neurociencia, de la fisiología experimental, de la investigación precoz en oftalmología? Casi nada. Nació en una familia de comerciantes pero quedó solo siendo un crío. Al salir del colegio viajó por Bélgica y Alemania, no se sabe con qué financiación, antes de entrar en el ejército de Luis XIV.

Pero este olvido puede deberse a que su única publicación fue una pequeña obra publicada en 1710, desde el frente: Tres cartas de un médico de los hospitales del rey, a un médico de sus amigos.

Sin embargo, la falta de un canal científico para dar a conocer sus avances, dado que después de la guerra obtuvo el reconocimiento de sus pares, no explica el olvido en el que ha caído.

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