Gente buena.

Ya sabéis que uno de mis principales temores es enfrentarme sola a determinadas situaciones...

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Los que seguís The Mamas & The Papas ya sabéis que uno de mis principales temores es enfrentarme sola a determinadas situaciones, pues bien, ahora puedo decir que el pasado domingo pasé otra prueba de fuego.

Cuando hace un par de meses saqué los billetes de Jorge, de Teresa y míos para irnos a Las Palmas, ya sabía que nuestros billetes de vuelta, los de Teresa y los míos, venían con reto incluido. Así que desde entonces me venía preparando, barajando posibilidades, diferentes situaciones, y tras todas mis cábalas creía tenerlo todo controlado… claro que había olvidado a “la agorera” del mostrador de facturación. Fallo mío.

El 13 se fue Jorge. Y el día 22 llegó. Mis padres, Teresa y yo, subíamos al coche con dos maletas, el carrito y la bolsa de paseo, rumbo al aeropuerto: “qué bien lo hemos pasado”, “les vamos a echar de menos”, “pero agosto ya está ahí”… Conversaciones de despedida que no lograban evitar mi nerviosismo ante la nueva situación que estaba a punto de afrontar.

Lo cierto es que en el viaje de ida, pasar por el arco del aeropuerto de Alicante había sido una verdadera hazaña. Quitarse todo lo metálico, chaqueta, zapatos; desmontar el carrito, pasar el arco sin Teresa, luego con Teresa; y como colofón volver a ponernos todo lo que nos habíamos quitado y montar el carrito. Sumamos a esto equipaje de mano y porta trajes, y porque íbamos juntos, que si lo tengo que hacer yo sola, me da un soponcio.

Así que ante tanto trajín decidí solicitar la ayuda que dan en los aeropuertos a personas con movilidad reducida. En Gando me hicieron las gestiones previas y me dijeron que tenía derecho a solicitarla. Así que cuando llegué a casa marqué el teléfono que me indicaron, pero la repuesta fue “no, un bebé no se considera una persona con movilidad reducida”. Bien visto, les dije, pero yo sigo teniendo una movilidad muy reducida llevando tantas cosas conmigo. Problema mío, debieron pensar.

En fin que llegamos al aeropuerto y mi padre procedió a preguntarle a la amable señora del mostrador de facturación si podía acompañarme a pasar el arco, por aquello del pliega y despliega el carro, pasa sin Teresa y con ella… Pues bien, en ese momento se me vino el mundo encima. Porque sin nadie preguntarle comenzó una perorata que enaltecía la autosuficiencia y el no esperar nada de nadie, que culminó con la frase “es que nadie te vaya a ayudar”.

Y entonces ocurrió. Cuando ya estaba a punto del colapso lagrimal. Dos chicas se acercaron a preguntarme -“vas en el vuelo de las once menos cinco”, desconocía el motivo de su pregunta, pero aún así les contesté -“sí en el de las diez cincuenta y cinco”,-“pues no te preocupes, nosotras te ayudaremos con lo que necesites, con el carrito, con la maleta… de verdad, no te preocupes”.

Las miré fijamente, lágrimas en cascada (la emoción que después de ser madre se ha multiplicado exponencialmente), y entonces lo comprendí. Nunca debí haberme puesto nerviosa, porque la gente buena está ahí, siempre está ahí. Y estuvo en cada vuelo, y en el check in de Madrid. Gente que sabe mirar a su alrededor, gente que sabe hacer que #lifelooksgood, gente muy loff.it, gente con mayúsculas.

Así que la experiencia, inolvidable. Por los nervios, por reconocer la bondad de los desconocidos como el mejor de los tesoros, y por hacerme reflexionar sobre cómo ofrecer mi ayuda más a menudo.

Las imágenes son de icanread un tumblr muy inspirador.

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