El sueño de una noche de verano.
La unión de dos genios nos traslada a un mundo mágico donde nada es lo que parece.
En el mundo nórdico las fiestas del solsticio de verano son especiales, mágicas, fiestas en las que el pueblo se entrega a singulares ritos y diversiones para conquistar ciertas plantas misteriosas, por creerse que es la noche de la época del año en que con mayor actividad germina la naturaleza. Restos de antiguas costumbres que, partiendo de la mitología pagana, con el sacrificio en piras y ceremoniales para invocar la protección de los dioses, continuaron celebrándose después de la evangelización cristiana.
En toda la literatura medieval hay alusiones a estas festividades en que se esperaba la aparición de espíritus, santos o no tantos, amantes, elfos, hadas, duendes y un montón de personajes del mundo de los sueños. Aunque en época de Shakespeare, esta noche mágica en la que se cogía el mirto, el laurel y la verbena se celebraba en mayo, lo más justo sería traducir la obra del príncipe de los poetas Midsummer-Night’s Dream como Sueño de una noche de San Juan, por ser en el calendario inglés Midsummer day el 24 de junio, es decir, la noche de San Juan, la del solsticio de verano.
El argumento de esta comedia –entendiéndola en la tradición de Aristóteles, es decir, cualquier cosa que termina felizmente-, hunde sus raíces en La vida de Teseo de Plutarco, en el Knight’s Tale de Chaucer y en la Metamorfosis de Ovidio. Y también en la novela pastoril en prosa y verso Diana, del español Jorge de Montemayor, obra publicada en 1559 y que por entonces, daba la vuelta por toda Europa. Recordemos que la trama trascurre en Atenas durante la boda de Teseo e Hipólita, donde se entrecruzan la historia de amor de unos nobles, unos cómicos y de un grupo del mundo de las hadas.
En el romanticismo, la música trascendió hacia ese mundo onírico y fantasmal. Resulta curioso que fuera Félix Mendelssohn quien se interesase por este tema, componiendo su Midsummer-Night’s Dream, una de las músicas incidentales para el teatro más bellas jamás escritas. Niño prodigio, hijo querido de una familia judía culta acomodada, admirado por Goethe, descubridor de Bach, virtuoso del piano, viajero capaz de acumular experiencias vitales, la estampa sonriente del primer romanticismo, uno de los compositores más dotados de toda la historia de la música.
Se dice que su estilo era clásico, que respondía al orden y la simetría. Pero el romanticismo impregnó a Mendelssohn de un sentimiento subjetivo, la mezcla de elegancia e ingenio que llamamos –o confundimos con- sentimentalismo.