Que viene el lobo, que viene…

A las 14:00 horas llegaba a nuestras vidas llena de energía, con un llanto casi musical y unos ojos brillantes.

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Desde el momento de la concepción uno se plantea una y mil veces cómo será el gran día, cómo se sucederán los acontecimientos, si será de día o de noche, si estarás en casa, en el coche o plácidamente tomando un café… cómo será en definitiva.

Y aunque sí que hay determinados indicios que van indicando que ese día se aproxima, amén de que se van cumpliendo las fechas, la incertidumbre está ahí. Digamos que se trata de la versión positiva de la fábula de “Pedro y el lobo”: que viene el lobo, que viene, que viene….

Mi momento fue casi de manual. Ese día tenía monitores, pero previo a eso queríamos pasar por el Centro de Salud para arreglar unos papeles. Eran las 8:00 de la mañana, yo estaba duchada y arreglada, ya lista para salir de casa a falta de una última visita al wc, cosa que en los últimos meses se había convertido en un hábito muy continuo y muy inoportuno.

Hasta aquí todo normal, todo correcto, todo en orden si no llega a ser por aquel sonido, aquel clonk tan hueco, tan interno y tan extraño. Un clonk tras el que se hicieron efectivas todas mis dudas camino del garaje.

Había comenzado a romper aguas, poco a poco, cada paso lo confirmaba. Así que nuestra visita al Centro de Salud y posterior cita con el ginecólogo, se convirtieron en un “hay que coger la maleta y la bolsa del cordón que Teresa ya está aquí”. Vamos que viene el lobo, pero que viene ya.

Hasta el momento ni una sola contracción, así que la conversación en el coche se centró en un continuo de “¿te encuentras bien? ¿ya has empezado a sentir dolor? ¿qué sientes?” Y yo que soy más bien de no ahondar en momentos tan desconocidos, sólo pedía tranquilidad y pocas preguntas, quería llegar y saber, sólo eso.

A nuestra llegada un “estás muy favorable” vino seguido de un “sube a planta, tu habitación es la 314” y allí sí ya comenzaron las contracciones, muy seguidas, muy largas y muy dolorosas.

Para mí el tiempo pasó volando, porque cuatro horas después de nuestra llegada al hospital nacía Teresa. 3 kilos y 500 gramos de felicidad. A las 14:00 horas llegaba a nuestras vidas llena de energía, con un llanto casi musical y unos ojos brillantes.

Y vino el lobo… con piel de cordero y una bonita sonrisa.

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