Una especie de Herodes, multiplicado.

Una agresión que durante siglos se ha justificado de diferentes formas.

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Al darse cuenta Herodes de que aquellos sabios lo habían engañado, se llenó de ira y mandó matar a todos los niños de dos años para abajo que vivían en Belén y sus alrededores, de acuerdo con el tiempo que le habían dicho los sabios. Así se cumplió lo escrito por el profeta Jeremías: Un clamor se ha oído en Ramá, mucho llanto y lamento: es Raquel que llora a sus hijos, y no quiere consolarse, porque ya no existen.

La primera manifestación unida a la interpretación que el hombre da del mundo es el mito y, dentro de éste, el dolor y el miedo ocupan un lugar primordial desde que Prometeo fuese castigado por ayudar a los hombres. Como el nacimiento del teatro está unido a la tragedia y, por tanto, al mito, Eurípides nos mostró algunos personajes patéticos sacudidos por el dolor y las pasiones, como Medea, que mató a sus dos hijos para vengarse de Jasón. A los ojos de los que no comparten la fe, dentro del mito se encuentra Abraham, quien estuvo a punto de sacrificar a su hijo; y el faraón de Egipto que por el temor al poder que podrían alcanzar los judíos, mandó a sus parteras matar a los varones recién nacidos de las hebreas. Mucho tiempo después de que Saturno devorase a su progenie, Aristóteles dejó claro que Un hijo o un esclavo son propiedad, y nada de lo que se hace con la propiedad es injusto.

Herodes el Grande fue el primer Herodes, fundador de la estirpe que por varias generaciones reinó sobre Judea. De acuerdo con el historiador judío Flavio Josefo, se caracterizó por su pasión por el poder y una sagacidad que, libre de escrúpulos, le permitió acceder al trono vasallo de Roma 37 años antes del nacimiento de Cristo. Con el objetivo de darle muerte, a Herodes se le atribuye la Matanza de los Inocentes en Belén, asunto litúrgico e iconográfico muy famoso, aunque sólo atestiguado por el Evangelio de Mateo. Y problemático para la historia pues Josefo, que disponía de detalladas fuentes para los crímenes cometidos por Herodes, no escribe una sola línea sobre matanza tan deleznable.

El reto para el historiador en la antigüedad consistía en crear discursos que fueran apropiados tanto para el que hablaba, como para la audiencia a la que iban dirigidos. En el caso de Josefo, la audiencia eran romanos a quienes convenía explicarles porqué los judíos en tiempos se sublevaron contra Roma. En este caso, resulta indiferente que entre sus dos obras principales, La guerra de los judíos y Las antigüedades de los judíos, los argumentos discrepen significativamente. Como en otros muchos casos, no es un problema ni para Josefo ni para su audiencia. Sin embargo, extraña que una acción tan monstruosa se le escapase. Que Herodes matase a su familia era una práctica política bastante común, pero una matanza de niños era totalmente diferente. La probabilidad es baja; sin embargo, la atmósfera de la historia concuerda con las descripciones del terror bajo Herodes y la certeza de que cualquier rival al título Rey de los judíos habría sido cruelmente exterminado.

Al comienzo de su libro Ante el dolor de los demás, Susan Sontag evocaba el recuerdo de otro libro, Tres guineas de Virginia Woolf y el planteamiento que ésta hacía sobre la diferente actitud de los hombres y de las mujeres ante la guerra y ante la brutalidad perpetrada contra los niños. Se preguntaba Sontag qué hacer con las emociones que han despertado, con el saber que se ha comunicado. Esto mismo nos preguntamos muchos a la vista del acto de más abyecta condición que jamás se haya visto nunca, la reciente matanza de niños en una escuela perpetrada por los talibanes paquistaníes, esa especie de Herodes, multiplicado. La matanza de inocentes es un fenómeno tan antiguo como la humanidad. Es una enfermedad universal, no es un mal de la opulencia ni de la carencia. Que Mateo tuviese buenas razones para escribir sobre esta matanza de los niños inocentes es una cuestión más allá de la historia. Es la misma matanza que se repite. Aquí y ahora.

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