La niña que perdió su nombre.
Una búsqueda paralela entre un libro y tanto regalo como nos espera.
Los meses de noviembre a enero en casa son un escándalo. Somos tres y los tres cumplimos entre noviembre y diciembre, una suma que este año hará los 83, en proporciones nada exactas, como adivinaréis.
Así que si hacemos la lista tenemos tres cumpleaños, un santo (el mío), el día de Navidad y la noche de Reyes. Que ya pueden ser Papa Noel y los Magos de Oriente, aquello de todopoderosos, porque sus sacas en esta casa, se las vaciamos casi sin tener que pestañear.
Y quizás por eso, por tanto trajín onomástico y de fiestas varias, en casa nos gusta agudizar el ingenio. Así que desde bien entrado octubre, uno empieza a darle al coco, a ver qué es lo que se cuece por ahí que nos deje con la boca abierta, o los ojos como platos.
Lo cierto es que conque nos enternezca sería suficiente. Que unas palabras escritas, sobre un papel contenido de pensamientos, y formas de ver que en lo cotidiano se evaporan, entre tanta prisa y tanto agotamiento, las atesoramos con muchísimo más celo, que aquello que para poder tenerlo nos obliga a grabar la tarjeta con unos cuantos ceros.
Así que en los ratos libres, bien con el portátil, el iPad o el smartphone, nos ponemos manos a la obra, porque el mundo online es un universo en el que suelen brillar muchas estrellas.
Y entre tantas, «La niña que perdió su nombre«. Un libro delicioso, escrito e ilustrado con un gusto exquisito, y una rima que marca el ritmo y anima a leerlo y casi a cantarlo.
«No puede encontrar su nombre, escrito sobre el letrero. Cómo era que se llamaba ¿Emilia? ¿Mariana? ¿Vero?»
Y desde aquí una búsqueda a través de curiosos personajes, y de un peregrinar de consonantes y vocales. Una aventura con final feliz y un nombre, que surge de los encuentros, las preguntas y la generosidad de sus interlocutores.
«Mi nombre es Trol -presumió- y empieza con una T, como esta de mi collar. Es menester que os la dé» Y también lo es que yo os diga que esa T me da la vida, y que queriendo rimar, y en su lugar 22, desde el abecedario traslada el símil, hasta ser una infusión.
Un guiño sí, y un hallazgo, una forma de enseñar, un juego o una distracción, que se puede regalar. Que ahí es nada en estos tiempos, en los que leer un cuento te convierte en rara avis. Así que si quieres serlo empieza a buscar tu nombre y confecciónate un cuento. The End.
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