William Maurice Ewing: el científico de las profundidades marinas.
El análisis del suelo marino le permitió desarrollar un esbozo de la teoría de las plataformas continentales. Pero lo más interesante estaba por llegar.
Cuando vemos el globo terráqueo desde el espacio exterior, aparecen los continentes perfectamente delimitados. Sin embargo, todos sabemos que esas manchas pardas que recortan los océanos, no acaban ahí, continúan bajo la superficie marina en lo que conocemos como plataformas continentales.
Uno de los geólogos responsables de ese y otros descubrimientos fue Maurice Ewin (1906-1974). Texano, criado en una granja, estudió física en el Rice Institute (posteriormente universidad) de Houston. El viaje desde su hogar natal a la gran ciudad, merecería un libro de aventuras entero. Con 17 años, 10 dólares y cuatro cosas en una bolsa de tela, se montó en su motocicleta y salió hacia Houston. Tuvo que abandonar la moto, inservible, con la cadena rota y sin gasolina. Se subió en un tren para viajar de polizón en un vagón de tren repleto de vagabundos. Cuando les pilló el revisor, su historia estudiantil y su juventud, enternecieron al vigilante, que le perdonó. Pero los vagabundos le atacaron y le quitaron el reloj y sus cosas. Fingió ser un loco peligroso y consiguió huir con los diez dólares aún en su poder.
Fue un estudiante brillante y dio sus primeros pasos como profesor de geología y física. Pero la carga docente apenas le dejaba tiempo para investigar. Se hizo experto en geología cuando, uno de los veranos que pasó en su casa, encontró trabajo en una mina, donde manejaba explosivos. Con la carrera terminada, los únicos trabajos que encontraba eran analizando el riesgo sismológico con explosiones para empresas locales dedicadas a la minería.
Hasta que un día, un par de caballeros aparecieron en su despacho y pusieron sobre su mesa el proyecto de su vida: trabajar como investigador en la costa estudiando la transmisión de las ondas en el mar. Y ahí empezó su verdadera vida.
Mediante explosiones controladas por un equipo en tierra y otro en una embarcación, provocaban ondas que eran medidas y que les permitía estudiar la refracción de las ondas en el agua, el tiempo que tardaban en rebotar en la costa, etc.
La misma habilidad para improvisar que siendo adolescente le había permitido sobrevivir al terrible viaje a Houston, le ayudó a sacar adelante todo un proyecto de investigación que requería de costosos medios y un numeroso equipo. Pero Ewin era un líder y quienes trabajaban con él se contagiaban de su energía electrificante, su tenacidad investigadora y su enorme capacidad de trabajo. Paso a paso fue inventando ingenios que le permitieran mejorar la calidad de sus experimentos, como la máquina fotográfica submarina. También descubrió sedimentos en los fondos marinos que le llevaron a proponer a determinada empresa petrolífera el patronazgo a cambio de la explotación del petróleo que encontraran en el subsuelo marino. La empresa, con nula visión de futuro, respondió que ninguna empresa del ramo estaría nunca interesada en el subsuelo del fondo del océano.
El análisis del suelo marino le permitió desarrollar un esbozo de la teoría de las plataformas continentales. Pero lo más interesante estaba por llegar.
Cuando Ewing y su equipo, en plena Segunda Guerra Mundial, se encontraban estudiando la gravedad de los submarinos y la efectividad de las explosiones bajo el mar, descubrió un fenómeno que supondría un avance fundamental: los canales de sonido.
Cuando se produce una explosión, las ondas se expanden en muchas direcciones pero, dependiendo de las diferencias de densidad en el agua marina, dadas las corrientes y composición del elemento, se producen unos “canales” naturales, unos caminos, por los que las ondas se propagan a mucha más velocidad, se conocen como SOFAR. Es la diferencia entre gritar en un espacio abierto, o gritar en un tubo, el sonido se concentra y se transmite a través del trazado del mismo. De la misma forma sucede con las ondas en el canal SOFAR en las profundidades oceánicas.
La aplicación de estos canales de sonido fue inmediato: se podían descubrir submarinos y otros obstáculos, simplemente emitiendo ondas sonoras a través de los SOFAR. Lo curioso es que este descubrimiento no fue realmente intencionado, Ewing trataba de analizar otra cosa.
Su obsesión por el trabajo, los días embarcado y las noches analizando datos, y la separación de la guerra acabó con su vida familiar. Su mujer se quedó con su hijo, al que no conocería hasta los años sesenta.
Pero volvió a casarse en 1944 y tuvo cuatro hijos más. La historia se repitió por el mismo motivo. Y Ewing terminó casándose con una secretaria del laboratorio quien, obviamente, le veía más en el trabajo que en casa.
En 1949 fundó un Instituto Geológico en Nueva York, que dirigió durante 25 años. También creó la red mundial estandarizada de sismografía. Obtuvo el reconocimiento de su país y el resto del mundo por todos sus logros. El mayor de todos los reconocimientos la detección de un fuerte terremoto en el Golfo de México gracias a su laboratorio.