Leonardo, la ciencia de la belleza que te rodea.
¿Dónde estaría Da Vinci en el siglo XXI? En el sur. El espiritual. El que mira la belleza que te rodea.
Leonardo da Vinci fue un hombre multitarea. Cultivó las artes, las letras, la ingeniería, las ciencias… abarcaba tantos aspectos, que solamente se le puede describir con su propio nombre, Leonardo, y además, marcó un arquetipo para el ser humano: el hombre renacentista.
Ya se sabe todo de él, se ha contado todo. Hay series de televisión que muestran sus supuestos demonios, libros que revelan sus códigos secretos, grandes estudiosos de sus cuadros, sus artefactos de guerra, sus análisis del cuerpo humano. Como buen artista estrella, tuvo una vida truculenta. Hijo ilegítimo, no puedo imaginar a nadie más rodeado en su infancia. Su padre se casó cuatro veces, y todas sus madrastras le adoraron. Su madre se casó con un granjero que le preparaba la comida para que se llevara al trabajo. Tuvo cinco madrinas y cinco padrinos en su bautizo. Tuvo cinco hermanos por parte de madre y doce por parte de padre. Y, además, su abuela paterna, ceramista, le enseñó a canalizar su desbordante creatividad con las manos. Debió ser muy solitario entre tanto tumulto.
Era un niño que no aprendió Latín, el lenguaje de la ciencia por aquel entonces, y que escribía con faltas de ortografía. Zurdo, desarrolló una asombrosa capacidad para la escritura especular.
A sus enormes logros, reconocidos en libros, artículos, exposiciones por todo el mundo, hay que añadir sus dotes sociales. Leonardo era tan divertido que fue contratado por la Corte. Tenía cierta experiencia. No en vano había trabajado en una taberna con 17 años. ¿Se imaginan? En nuestros días, ese chico, zurdo, con faltas de ortografía, un simple aprendiz, no habría sobrevivido a los prejuicios de la sociedad. Pero él aprovechó los tiempos muertos para aprender los principios de la física, las matemáticas, la mecánica, el empleo de los materiales. Capaz de absorber la sabiduría de las personas que le rodeaban, combinó libros y observación para calmar su voraz curiosidad, su necesidad de saber los fundamentos de todo lo que le rodeaba. Todo: animales, edificios, cuerpos, alimentos…
Ya a una edad respetable, dejó de comer animales, y se volvió vegetariano, en una Florencia en donde las juergas y comilonas eran más góticas y bastas que romanas y refinadas. Estudió cómo combinar los alimentos como quien experimenta en un laboratorio. Estaba muy harto del horror culinario que le tocó vivir. Y se dedicó a investigar los sabores. Las notas que tomó cuando ejercía como cocinero de Ludovico Sforza y después fiestas en la corte francesa de Francisco I han sido publicadas, aunque su autoría es cuestionada. Cómo no. Lo normal cuando se trata de un autor tan antiguo, conocido simplemente por su nombre y que no pensaba en la posteridad sino que anotaba todo por necesidad, como herramienta de análisis.
En esos apuntes no solamente encontramos recetas. Hay reglas de comportamiento en la mesa. La estética del ritual también es importante, y esas cosas no pasaban desapercibidas a sensibilidades como la suya. No comer con la cabeza metida en el plato, no mostrar el aburrimiento cuando un comensal te habla, especialmente si es aburrido, son algunos de los consejos de Leonardo a su señor y sus invitados.
¿Habrían contratado hoy en día a alguien que se presenta diciendo:
«Mi pintura y mi escultura son comparables con las de cualquier artista. Soy supremo planteando acertijos y atando cabos. Y hago pasteles que no tienen parangón con nada». Ludovico no le contrató como pintor, escultor o cocinero… sino para que tocara la lira y entretuviera las fiestas.
Ese era el mismo Leonardo que diseñaba máquinas para cocinar, para volar, para viajar bajo el agua, para la batalla; el mismo que pintó la sonrisa universal de la mujer en la Giocconda o la polémica Última Cena; el mismo que mejoraba sus herramientas: telares, relojes, grúas; el mismo que estudió y dibujo la anatomía humana como nadie. El mismo.
Es completamente anacrónico. Lo sé. Pero siempre que encuentro este tipo de lecciones de las vidas de los grandes hombres, pienso en mis alumnos, con sus corbatas o sus faldas grises, serios pero modernos, sentados frente a un entrevistador de la empresa Sforza, mostrando un enorme potencial que conocen perfectamente, y que el tipo les diga: «Mira, lo que más aprecio de ti es lo bien que mezclas colores». Se irían. Leonardo tocó la lira de plata con forma de cabeza de caballo para aproximarse a Ludovico y le habló de sus máquinas de guerra, de sus inventos. Le habló de todo hasta conseguir formar parte de los ingenieros de la corte.
Qué lección de humildad para nuestro mundo excesivamente especializado, con un conocimiento cuarteado, disperso, fraccionado en decenas de facultades, departamentos, perfiles académicos…
¿Dónde estaría Da Vinci en el siglo XXI? En el sur. El espiritual. El que mira la belleza que te rodea.