La República no necesita químicos…
'La República no necesita químicos... sino justicia'. Con esta frase fue condenado a la guillotina el padre de la química moderna, Lavoisier.
‘La República no necesita químicos… sino justicia’. Con esta frase fue condenado a la guillotina el que es considerado como el padre de la química moderna, Antoine- Laurent de Lavoisier (1743-1794). Pero este gran científico hizo mucho más por la ciencia. Además de descubrir el concepto de elemento químico y ofrecer una primera nomenclatura de los elementos, colaboró con Benjamin Franklin en la construcción del pararrayos, estudió el fenómeno de la transpiración y la temperatura corporal, estudió la síntesis del agua, y muchos otros logros, Lavoisier se preocupó por la higiene de los lugares públicos, el alumbrado, el uso de agua potable en París, y fue biólogo, economista y agronomista.
Sin embargo, es probable que en nuestros días le hubiésemos metido en la cárcel. No por ser socio de la principal empresa privada encargada del cobro de impuestos en nombre del Tesoro de Francia, como le sucedió entonces, sino por haberse casado con una niña de 13 años teniendo él 28 años. Fue un matrimonio de conveniencia. Pero no debió ser forzado: ella ya se había negado a casarse con el conde de Amerval, de 50 años, a quien consideraba rudo y un ogro. Antoine y Marie-Anne Paulze se enamoraron enseguida y ella fue su mejor colaboradora. Dibujó los instrumentos del laboratorio, los procesos experimentales, ilustró toda la obra de Lavoisier y tradujo parte al inglés. También traducía del inglés y el latín al francés, gracias a lo cual su marido pudo rebatir la teoría del flogisto.
Marie-Anne luchó cuanto pudo por liberar a su marido cuando fue apresado. Acudió a los científicos amigos que tanto debían a Lavoisier. Pero ninguno le ayudó. Ella nunca se lo perdonaría. Trató de denunciarlo en el prólogo a la obra póstuma de su marido que ella se encargó de publicar, pero fue censurado. Cuando pasados los años decidió casarse por segunda vez con un científico británico, el conde de Rumford, pidió conservar el apellido de su primer marido. Se lo concedieron y pasó a llamarse Madame Lavoisier de Rumford.