John Harvey Kellogg, la dieta radical.

Inventor de los copos de cereal como desayuno que, gracias a la ayuda de su hermano William, consiguió producir y comercializar él mismo.

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Era miembro de la Asociación por el Avance de la Ciencia Británica y su homóloga Americana, la Asociación Americana de Salud Pública, la Sociedad Americana de Microscopistas, la Asociación Americana de Ciencias Sociales, la Sociedad Francesa de Higiene, el Consejo de Salud Estatal de Michigan, y editor de la revista «Good Health».

Todo un currículum.

El 16 de diciembre de 1943, el New York Times le despedía recordando sus múltiples avances:  fue el inventor de los copos de cereal como desayuno que, gracias a la ayuda de su hermano William, consiguió producir y comercializar él mismo, los famosos «corn flakes» de Kellogg’s. Además descubrió la fototerapia, promocionando los baños de luz. Dirigió un balneario de gran reputación en Battle Creek. Fue un experto higienista y nutricionista. También ejerció la cirugía y mejoró el instrumental de quirófano.

Y, a pesar de todo ello, cada vez que veo una caja de sus famosos cereales, me echo a temblar.

Nacido en Tyrone, Michigan, en 1852, se trasladó a Battle Creek siendo muy pequeño, donde su padre puso una fábrica de escobas. Allí trabajó de niño. Después fue aprendiz en una imprenta. Por supuesto que fue a la escuela, al colegio público de su ciudad, primero y, más adelante, a lo que hoy es la Universidad de Michigan. Se especializó en Medicina en la Universidad de Nueva York, y viajó por Europa para completar sus estudios. Al poco de graduarse se casó con Ella Ervila Eaton. No tuvieron hijos biológicos. Pero adoptaron siete y criaron a cerca de cuarenta niños abandonados. Eran adventistas del Séptimo Día.

Esta secta cristiana se afianzó precisamente en Battle Creek en esos años. A John H. Kellogg le pilló de pleno. Era muy amigo de una de las fundadoras, Ellen White, y fue un pilar muy importante en el desarrollo de las prácticas dietéticas adventistas. Puso su carrera y gran parte de su vida al servicio de la secta.

Los Adventistas del Séptimo Día eran vegetarianos, preconizaban el cuidado del cuerpo, rechazaban el tabaco, el café, el té y el alcohol, y  proponían una vida saludable, el ejercicio moderado, los paseos por la naturaleza, para respirar aire puro, y la abstinencia sexual. Y John H. Kellogg aportó todo lo que su saber médico daba de sí. Y era mucho. Bastante peculiar, pero mucho.

El balneario de Battle Creek fue visitado por personalidades del mundo de la economía como Irving Fisher, por escritores como George Bernard Shaw, por el explorador ártico Roald Amundsen y por artistas como Sarah Bernhardt.  Todos ellos se sometieron a las terribles curas diseñadas por Kellogg.

El tratamiento consistía en limpiar el sistema digestivo del paciente obligándole a beber litros de agua y aplicándole enemas con una máquina diseñada por él, de manera que su cuerpo era recorrido por un torrente de agua pura. Tras ello, el paciente era obligado a tomar una pinta de yogur, casi medio litro, parte bebido y parte mediante un enema de yogur para que la flora bacteriana se asentase sólidamente en el organismo.

A estas prácticas se le unía la convicción de que los males del organismo se debían sobre todo a la masturbación, de manera que, si un paciente no mejoraba o se sentía mal después del tratamiento, era sin duda por practicar secretamente el vicio solitario.

Kellogg escribió varios tratados destinados a los jóvenes de ambos sexos, a los matrimonios y a las personas ya de cierta edad a ese respecto. Tuvo que hacer frente a quienes creían que hablar del tema generaba aún más vicio. Y, desde ese punto de vista, fue todo un defensor de la libertad de expresión, siempre que el modo fuera suficientemente respetuoso y delicado, y la necesidad del conocimiento para evitar oscurantismos.

Eso sí, para prevenir los efectos nocivos de la masturbación, no dudó en proponer métodos un tanto salvajes, como la mutilación parcial masculina o rociar el principal apéndice de placer femenino con una solución que le quitara sensibilidad. Una barbaridad.

Su empecinamiento en el cuidado del cuerpo le llevó a romper la relación con su hermano y socio, William, quien era partidario de azucarar los copos de cereales que fabricaban. Nunca más volvieron a hablarse.

Fue repudiado por Ellen White y los Adventistas del Séptimo Día en 1907 por panteísta. Pero eso no le hizo cambiar sus principios y creencias. Siguió regentando el Sanatorio de Battle Creek por muchos años, hasta que la Gran Depresión forzó su cierre.

A pesar de haber adoptado varios niños de diferentes razas, Kellogg, junto con Irving Fisher y Charles Davenport, fundó la Sociedad por la Mejora de la Raza, de convicciones en la frontera con la eugenesia, que defendía la idea de que la mezcla racial y la inmigración empeoraban la carga genética americana.

Murió en 1943 regentando un balneario en Florida, menos radical que el primero. Pero nunca se retractó de sus ideas.

Yo desayuno pan con tomate y aceite. Desde chica.

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