John Dee, la ciencia, la mágica y el Imperio Británico.
Matemático, astrónomo y ocultista de origen galés. Es John Dee.
El conocimiento científico en el siglo XVI era bien distinto al actual. No solamente en su contenido, también su organización, su enseñanza, sus fronteras, todo era diferente. Un repaso a los logros de John Dee (1527-¿1608?), matemático, astrónomo y ocultista de origen galés, nos puede dar una idea de hasta dónde llegaban las similitudes y las diferencias.
John fue tutor de matemáticas de la realeza, y escribió la introducción matemática a la traducción inglesa de los Elementos de Euclides realizada por Henry Billingsley en 1570. Había estudiado en los mejores centros de Inglaterra y de Europa; conocía al astrónomo Tycho Brahe, a Gerolamo Cardano, con quien trabajó, y al cartógrafo y geógrafo Gerardus Mercator.
Pero, además, era un estudioso de la filosofía hermética y estaba convencido de que Dios había creado el universo en clave numerológica. De ahí que profundizara y escribiera sobre los principios cabalísticos durante toda su vida. Pero su gusto por el conocimiento esotérico menos ortodoxo, aunque significó cierta popularidad, le hizo pasar también por momentos muy difíciles. Con 28 años fue detenido y encarcelado por estudiar los horóscopos de la Reina María y de la que después sería la reina Isabel I. A pesar de ello, Dee se ganó el aprecio de Isabel quien le hizo su consejero, o su “mago particular”. Y éste es el punto en el que quería hacer una reflexión.
Por un lado, John Dee, centrado en su estudio hermético y cabalístico, dedicó medios, energía y años a ponerse en contacto con los ángeles, quienes le darían la clave para entender los secretos del Universo. Eso no suena muy serio. Es cierto. Pero es el mismo John Dee que escribió la introducción matemática a Euclides, el mismo experto en la aplicación de las matemáticas a la navegación, a quien consultaban los mejores exploradores y descubridores ingleses.
Pero, además, es el mismo asesor que apremió a Isabel I para que se centrara en los territorios del Nuevo Mundo y le explicó la importancia económica y política de construir el Imperio Británico. Y fue el primero que utilizó ese término. Para quienes hemos estudiado la historia económica de Inglaterra y la influencia del Imperio Británico en la evolución y desarrollo no solamente de dicho país, sino de la Revolución Industrial británica y europea, tal visión del imperio a mediados del siglo XVI no es cualquiera cosa. No fue una simple ocurrencia. Se trataba de un hombre inteligente, práctico, capaz, con los pies en la tierra… para casi todo.
Eran famosas sus sesiones en las que se comunicaba con los espíritus a través de médiums para preguntar sobre aspectos de sus investigaciones: desde el idioma de Adán y Eva en el Edén hasta el futuro de la política europea, pasando por el lugar donde se encontraba algún tesoro escondido. El más famoso de sus “intermediarios” fue Edward Kelley, famoso por ponerse en contacto con los ángeles y los espíritus a través de una bola de cristal.
Al morir Isabel I, John Dee viajó por Europa con Kelley. Pero no fue fácil. Fueron llamados al orden por Malaspina, nuncio papal y obispo de Sansevero, quien estuvo a punto de lanzar por la ventana a Kelley por su impertinencia. Una defenestración literal.
Más adelante, un príncipe polaco les estafó. Finalmente, Kelley, no se sabe si por deshacerse de John Dee, por aprovecharse de la situación o por ambas cosas, explicó a Dee que un ángel le había dicho que tenían que compartir todo, incluidas las esposas. Aunque Dee aceptó al principio, abandonó la compañía de Kelley y volvió a Inglaterra. Pero al regresar a su casa, descubrió que su famosísima biblioteca, construida tras toda una vida de estudio, sus instrumentos de navegación, sus herramientas astronómicas… todo lo que tenía, había sido desvalijado o destruido.
En nuestro avanzado siglo XXI, cuando, aparentemente, el pensamiento ocultista y esotérico ha quedado relegado a las últimas filas del templo del conocimiento, nuestros gobernantes apelan a los consejos de los nuevos magos, tal vez no para descubrir el lenguaje de nuestros primeros padres, pero sí para adivinar el futuro político, y sobre todo, económico de Europa y el resto del mundo. No hay bola de cristal. Pero sí muchos números.