Dimitri Fedorovich Egorov, la mística y la matemática.
Uno de los matemáticos más grandes de Rusia.
Dimitri Fedorovich Egorov (1869-1931) tenía todas las papeletas para convertirse en lo que fue: uno de los matemáticos más grandes de Rusia. Hijo de un profesor de matemáticas del Instituto para Profesores de Moscú y la hija de un concejal, fue cuidadosamente educado en casa hasta que tuvo edad para acudir a la Escuela Secundaria. Se graduó con medalla de oro. Su éxito se prolongó hasta la universidad, donde estudió matemáticas y física. Su tesis post licenciatura estudiaba las superficies confocales de segundo orden en un espacio de curvatura constante. Teoría matemática pura sin mezcla de mal alguno. Sus examinadores destacaron la elegancia y simplicidad de la solución ofrecida pero también el rigor lógico a la hora de exponer los principios básicos de la geometría.
Estas virtudes fueron desarrollándose y ampliándose a medida que avanzaba en su brillante carrera: doctorado, habilitación, docencia e investigación. En París estudió con Lebesgue y Poincaré y en Berlín con Hilbert, Klein y Minkowsi. Los resultados de su tesis doctoral fueron utilizados por famosos matemáticos de dentro y fuera de Rusia y se ganó un nombre como investigador.
Como docente, destacaba su claridad, oratoria (que en un matemático puro se agradece tanto), sistematicidad y rigor. Trabajaba en enseñanza secundaria, en la Facultad de Matemáticas de la Universidad de Moscú, en la Escuela de Ingeniería, en los Cursos Avanzados para Mujeres y en la Escuela para Profesores donde había enseñado su padre. Era respetado y muy apreciado por sus alumnos. Con su discípulo más destacado, Nikolai Nikolaevich Luzin, fundó una escuela matemática de gran relevancia en Rusia. Fue director del Instituto de Mecánica y Matemática de la Universidad de Moscú. Amigo de sus amigos y hospitalario, a pesar de cierta sequedad en su trato, no era extraño ver su salón lleno de alumnos, colegas, disfrutando del piano de Anna, su mujer, y Natalia, su cuñada, o del Stradivarius de su suegro.
Y entonces llegó la revolución de 1917. Aparentemente, la teoría de conjuntos, la geometría diferencial o la teoría de los números, no tendrían que verse afectados por ningún cambio político. Pero Dimitri Egorov era muy religioso. Educado en la Iglesia Ortodoxa, amigo de sacerdotes, siempre tenía en su escritorio, junto a sus libros de matemáticas, una Biblia y dedicaba sus horas de descanso a la lectura mística y teológica. Su fe chocaba con la ideología de los revolucionarios. Hubo varias ejecuciones masivas de clérigos en 1922-23 y en 1928.
Cuando cerraron la iglesia de la universidad y la transformaron en club social, Egorov se negó a asistir a los bailes y conciertos organizados allí. Los matemáticos e ingenieros marxistas le masacraron profesionalmente, le expulsaron de sus cargos docentes y le metieron en la cárcel por pertenencia a una secta religiosa. Egorov se declaró en huelga de hambre y, muy debilitado, tuvo que ser trasladado al hospital de la prisión. Casualmente la enfermera era la mujer de uno de sus discípulos. Como ya no podía salvarle, certificó su muerte antes de tiempo, para que pudiera morirse fuera de la cárcel. Le llevó a su casa y falleció en brazos de su discípulo.
Pero Egorov sí que pertenecía a una secta declarada hereje por la Iglesia Ortodoxa: “Los Adoradores del Nombre”, Imiaslavie, en ruso. Para ellos, nombrar tiene un poder sobrenatural, de manera que repetir el nombre de Dios tiene poderes espirituales milagrosos. Trasladado a la matemática pura, Egorov creía que al nombrar una entidad que no puedes describir, la dotas de existencia. Por ejemplo, a los conjuntos infinitos. Y esta creencia fue el secreto de gran parte de su éxito. Hay que pensar, por ejemplo, en una función matemática A=f(B), que simplemente indica que los conjuntos A y B están relacionados. No sabemos nada de esa relación, pero la nombramos: “función”, y eso expresa ya una entidad concreta. Igual sucedía con los conjuntos transfinitos y otras categorías. Mientras que los matemáticos franceses se vieron frenados por su propio escepticismo, los rusos, para quienes el concepto de infinito ligado a Dios, y la creencia en el poder del nombre eran tan cercanos, siguieron estudiando esa rama matemática y triunfaron.
El trágico final de Dimitri Egorov y la apisonadora intelectual soviética ensombrecieron la herencia de estos matemáticos rusos que merecen un puesto relevante en la historia de la ciencia.