C. R. Rao, la leyenda viva de la Estadística.
Quienes saben de Estadística conocen bien las aportaciones de esta leyenda viva.
Para una economista de profesión o para un periodista económico, que analizan trimestre a trimestre las variaciones de los «niveles» que indican cómo va la economía, las estadísticas y la econometría son, como casi todos los instrumentos, un arma de doble filo, que te enseñan o te ocultan lo que pasa.
Pero detrás de cada herramienta científica suele haber un científico enamorado de su tema. Uno de ellos, aún sigue vivo, a sus 93 años, que ama la Estadística e investiga y dirige grupos de investigación sin descanso.
Y si dicen que detrás de todo gran hombre hay una gran mujer, detrás del profesor Rao hay dos: su madre y su esposa.
Agradezco a mi madre el haberme inculcado gran interés por haberme inculcado la búsqueda del conocimiento. Ella, en mi adolescencia, me despertaba cada día a las cuatro de la madrugada, y encendía la lámpara de aceite, para que yo pudiera estudiar durante las tranquilas horas de la mañana cuando la mente se encuentra despejada.
Con esta dedicatoria, Rao explicaba más de lo que parece. Nació en 1920 al sur de la India, cuando aún era la joya del Imperio Británico, de un padre policía, Naidu, que cambiaba cada dos años de destino y al que apenas veían, y una madre que tuvo diez hijos, de los cuales, Rao era el octavo. Perteneciendo a una casta no muy alta en la India ¿cómo organizar tan abultada prole? Laxmikanthamma, la madre de Rao, escogió la mejor táctica. Las mujeres mayores cuidarían de los hermanos menores y todos seguirían un estricto horario para que les diera tiempo a todo. A las cuatro de la mañana, a estudiar, luego al colegio, a jugar, a estudiar, a dormir. Un día y otro día. Mucho fue lo que aprendió Rao de disciplina y amor por la investigación de Rao. Pero también de su padre. Una vez retirado, se ocupó de vigilar los estudios de sus hijos. Al observar las llamativas dotes de Rao para las matemáticas se dedicó a crear un ambiente propicio para el estudio y de aportar incentivos a su hijo para que se doctorara e investigara en Matemáticas.
Con su ejemplo, le enseñó la importancia de la educación de las nuevas generaciones. A pesar de lo difícil que debía ser sacar adelante a una familia tan numerosa con el sueldo de un policía, Naidu adoptó niños pobres a los que dio una educación.
El resultado fue un brillante investigador como Rao, disciplinado, trabajador, brillante, y a la vez, un fantástico profesor que ponía los conceptos más complicados al nivel de sus alumnos con sentido del humor y sencillez, y que formó a más de cincuenta doctorandos, dirigió el Instituto de Estadística de la India, y creó grupos de trabajo que dieron lugar a renombradas investigaciones en el ámbito de múltiples campos de aplicación de la estadística.
Por supuesto que tuvo que vivir humillantes experiencias por ser miembro de una casta inferior, como que cuando tras jugar en el recreo no podía entrar a casa de un amigo a beber agua, sino que debía esperar en la calle, extender las manos formando un cuenco, y esperar a que le echaran agua para beberla. Sus notas destacadas le permitieron tener permiso para no quedarse en la calle y esperar en el jardín. Nada de eso le frenó. Al morir su padre, uno de sus hermanos mayores y las modestas inversiones que la madre había hecho con lo que ahorraba del sueldo de Naidu, le financiaron la estancia en Calcuta donde estudió Estadística. De ahí en adelante, su ascenso profesional fue imparable.
La otra mujer en la sombra es su esposa. Tras una estancia en Cambridge, Rao se encontró con que, de vuelta en casa, su familia consideró que a los 28 años ya era el momento de casarse. Al mes siguiente contrajo matrimonio con la que sería la madre de sus dos hijos. Con dos licenciaturas, en historia y en psicología, la reciente señora Rao se dio cuenta muy pronto de que su marido no podía vivir al ritmo que las obligaciones familiares «normales» imponían. Y simplemente se amoldó. Dedicó su vida a crear un ambiente propicio para que Rao investigara. Se trasladó con él a Estados Unidos cuando se jubiló de la Presidencia del Instituto de Estadística de la India a la edad reglamentaria, 60 años. Allí, el brillante científico que tanto hizo por la Estadística en la India, se sintió valorado, apreciado y disfrutó de un entorno perfecto para seguir investigando.
Quienes saben de Estadística conocen bien las aportaciones de esta leyenda viva. De todas las lecciones que podemos sacar de su vida, que son muchas, creo que una es cómo hacemos para que nuestros jóvenes sientan pasión por el estudio. Dar ejemplo, inculcar el valor de la disciplina desde niños, crear un entorno propicio, observar y valorar sus cualidades innatas, no imponer nuestros deseos frustrados, y hacerles ver que no hay más límite que el que marca tu entrecejo son las que he aprendido de Rao.