Sin Ichiro Tomonaga, la ciencia más allá de la guerra.
Cuando logró el premio Nobel ya era un reputado científico que había investigado en prestigiosas universidades occidentales...
En 1965 tres científicos recibieron el Premio Nobel de Física por sus estudios de electrodinámica cuántica. Richard Feynman, Julian Schwinger y Sin Ichiro Tomonaga. La teoría cuántica desarrollada en los años 20 por Dirac y Shrödinger tenía sus problemas. Su estudio en el ámbito de la teoría de campos (como el electromagnético) tenía sus fallos y ofrecía resultados poco satisfactorios. Los tres científicos estudiaron la solución a estos complejos problemas de manera independiente alrededor de 1943. En ese año, el mundo padecía su segundo conflicto global. Es notable que dos de los científicos premiados fueran norteamericanos, del bando ganador, y el tercero, japonés, del perdedor.
Sin Ichiro Tomogana (1906-1979) era el mayor de dos hermanos e hijo de un profesor de filosofía. Se crió en Kyoto. Cuando logró el premio Nobel ya era un reputado científico que había investigado en prestigiosas universidades occidentales y mantenía su laboratorio y su equipo de investigación en Tokio, pero su camino había empezado mucho antes. En concreto, cuando tras licenciarse en la Universidad Imperial de Kyoto acudió a una conferencia del físico más importante de Japón: Yoshio Nishina. Nishina había trabajado en Europa con Lord Rutherford y con Niels Bohr y, a su vuelta, había tomado la decisión de crear un gran laboratorio de física nuclear en su país. Apartándose de la tradición japonesa que reverenciaba la antigüedad y el escalafón en la adjudicación de puestos y becas, Nishina elegía a los candidatos en función de sus habilidades, inteligencia y capacidad para cuestionar la ortodoxia. Y así fue como se fijo en Tomogana, quien le había dirigido las mejores preguntas tras la conferencia. Nishita fue su maestro desde los años 30 en el REKIN, acrónimo de Instituto de Investigación de Física y Química, su gran proyecto.
No era fácil dedicarse a la investigación en Japón: la Primera Guerra Mundial, la depresión posterior, el terrible terremoto de 1923, la repercusión de la crisis del 29, habían dejado la economía devastada y no había fondos. El esfuerzo de Nishina, el trabajo en equipo, su disponibilidad hacia sus discípulos, su sentido de la responsabilidad como investigador quedaron grabados en la mente de Tomogana.
Se retiraban al campo para traducir los manuales más avanzados de teoría cuántica al japonés, una ardua tarea. Los fines de semana compartían excursiones, risas y recuperaban energía para seguir trabajando duro. Más adelante, él mismo tuvo la oportunidad de demostrar que había aprendido la lección.
Empeñado en hallar la solución a la insatisfactoria teoría de Dirac, Tomonaga se fue a Alemania a estudiar con uno de los mejores especialistas: Heisenberg. Tras dos años en Leipzig, se vio forzado a volver a casa por el inminente estallido de la Segunda Guerra Mundial. Pero, en esos años trabajando con el equipo de Heisenberg, además de escribir su tesis doctoral, se dio cuenta de la necesidad de que Japón desarrollara una teoría cuántica moderna que superara los fallos de la existente.
Los diarios de Tomogana muestran a un hombre sensible, con un delicado gusto por lo estético y una enorme capacidad para deleitarse con la naturaleza. Paseaba por el parque. El lago estaba medio helado. Había hojas de castaño cubriendo parcialmente el hielo, mientras algunos patos nadaban en donde aún podían. Y Tomogana, una vez descrita la escena, comentaba: “Cuando paseo por el parque ya no me interesa la existencia de neutrinos y neutrones”.
Cuando estalla la guerra, las investigaciones en curso se vieron desviadas hacia los temas que convenían estratégicamente. Pero él continuó en sus horas extra con su proyecto.
El final de la guerra para Japón llegó de manera tremenda y dramática. Tras ataques aéreos indiscriminados a las principales ciudades, las explosiones de Hiroshima y Nagasaki culminaron el fin. Había hambre, ningún recurso, y ciudades con muchos edificios quemados.
Tomogana recibía a sus alumnos en su casa medio chamuscada, donde vivía con su mujer, con la que se casó en 1940, nada más empezar la guerra, y discutían sobre los temas científicos en los que estaban trabajando. No contaban con la comunidad internacional ni con publicaciones científicas no japonesas. Fue entonces cuando tuvo la oportunidad de repetir el ejemplo de su maestro, Nishina. Creó un grupo, tejió vínculos entre los jóvenes científicos y él. Ellos aportaron energía, ganas y sus mentes abiertas; él se dedicó a formar, dirigir y guiar. Era como si, además de la reconstrucción física, Japón necesitara una reconstrucción de su ciencia, y ellos fueran conscientes y estuvieran dispuestos a asumir la responsabilidad. Las heridas de guerra del pueblo japonés habrían de curarse haciendo de esa meta una empresa común. Así fue, y así también se recuperó el estudio del grupo de Tomogana, aunando esfuerzos, a base de elecciones personales.
Diez años después, en 1955, se inauguraba el Instituto de Estudios Nucleares. A partir de entonces su fama creció como la espuma y le llovieron los premios y los nombramientos académicos. Tomonaga fue miembro de varias comisiones científicas del Gobierno de Japón.
Nada de ello habría sido posible sin los vínculos personales y el espíritu de equipo transmitido de maestro a aprendiz de generación en generación.