Los guardianes del faro.
Un faro abandonado, tres hombres desaparecidos, el tiempo detenido y un antiguo misterio sin resolver.
No es la primera vez (ni será la última) que me adentro en las entrañas de un faro. Me refiero únicamente al aspecto literario. En mi realidad, pocas veces he tenido la oportunidad de explorar las tripas de esa atalayas diseñadas para guiar a las gentes del mar y salvarlas de naufragios más que ciertos. Casi siempre que he visitado faros, tanto en España como en otros países, me he tenido que conformar con soñarlos desde fuera, normalmente frente a un mar en calma y bajo un sol de justicia. Lo de los grises profundos, el olor de la furia y las olas desquiciadas a puño limpio contra los acantilados me lo han enseñado los libros.
Los faros, como el fuego, el viento o los cielos de toda índole, son abrevaderos de inspiración literaria por sí mismos. Sus siluetas misteriosas se han erguido no solo como los ojos del mar en las noches más lúgubres. También lo han hecho como refugio de poetas atormentados, centinelas de almas suicidas o guaridas de lobos solitarios. Por supuesto, como el origen de bellas historias (reales y no tanto) pobladas de sirenas, piratas, batallas, naufragios, mitos, fantasmas…
Desde Homero en La Illiada —donde escribe sobre torres encendidas—, hasta el pequeño faro blanco Godrevy de St. Ives, en la costa de Cornwall donde Virginia Woolf veraneaba de niña y luz de To the Lighthouse, la historia de la literatura está salpicada de mares en zozobra, cielos furibundos. Como escribía R.L. Stevenson “conozco muy poco que inspire tanto como esta locación del faro en un espacio designado de brezo y aire, por el que surcan las aves marinas”.
Igual que Woolf, es en la costa de Cornualles —bañada por la cultura celta— donde la escritora Emma Stonex (Northamptonshire, Inglaterra, 1983) sitúa la trama de su primera novela, Los guardianes del faro. Inspirada en un hecho real, la autora reproduce en el libro su fascinación por el mar y sus secretos, los faros y las viejas leyendas córnicas.
En el faro de Maiden Rock, ubicado a apenas 2 kilómetros al suroeste del Land’s End, el tiempo de detuvo a las nueve menos cuarto. Era la noche del 31 de diciembre de 1972. Una mesa recién puesta, una estancia impecable y ningún rastro de los tres guardianes de la atalaya es el panorama que encuentra el equipo de socorro varias horas después. Arthur Black, Billy Walker y Vincent Bourne se han esfumado como desleídos en una insólita tempestad bajo el cielo estrellado. ¿Qué les sucedió? ¿Cómo es posible que el mar susurre sus nombres?
Dos décadas más tarde, un periodista de investigación recurre a las viudas de los fareros para corroborar los hallazgos que le llevan a la supuesta resolución del misterio. Pero no se lo van a servir en bandeja. Las tres mujeres, lejos de unirse por la tragedia que quebrantó sus vidas, se muestran irreconciliables. Su complicada relación desentierra las rencillas tejidas a lo largo de los años. Los fantasmas del pasado recuperan el espacio ocupado por el miedo y la soledad.
Stonex revuelve la mística poética de los faros con el café del negro más actual, el terror psicológico y la investigación policial. Los guardianes del faro, que nace a partir de la misteriosa desaparición de tres fareros frente a las Hébridas en el año 1900, es una historia de fantasmas, enigmas y amor escrita en un tono tan evocador como atractivo. La prosa, además de bellísima, explora las emociones humanas con delicadeza y precisión. Por su pluma incisiva pasa el dolor, la pérdida, las frustraciones o las rencillas enquistadas en el tiempo. Sin embargo, y pese a las escenas a menudo claustrofóbicas y los personajes no siempre amables, la novela no resulta tan sombría como aparenta.
La editorial Ático de los Libros ha publicado recientemente la novela de Stonex traducida al español por Cristina Riera Carro.
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