Las que faltaban. Cristina Oñoro.
En 'Las que faltaban', Cristina Oñoro saca de la cueva a numerosas mujeres olvidadas por la historia. Muchas de ellas conocidas; otras, perfectas anónimas.
Cristina Oñoro atravesó los meses de encierro pandémico arropada por el silencio y la reflexión. Durante este período y el que le siguió, exploró hasta lo indecible los rincones más escondidos de la historia, viajó a los márgenes del relato, se introdujo en las cartas, los cuadernos, los diarios olvidados de un número indecible de mujeres que han pasado de puntillas por los documentos de la investigación oficial. Y en los de las que ni siquiera se nombran. Así, entre marzo de 2020 y finales de 2021, nació la historia de las invisibles, Las que faltaban para completar un relato a medias.
Sin embargo, el embrión literario llevaba un par de años gestándose en la mente de la profesora de literatura e investigadora madrileña. En concreto, desde marzo de 2018. Lo narra ella en el prólogo del libro: “El 8 de marzo de 2018 era jueves […] Entre todas las pancartas que se podían ver en la marcha (que tuvo lugar en la facultad de Filosofía UCM), hubo una que me gustó especialmente. Era de tamaño mediano y su mensaje estaba escrito con letras negras mayúsculas: ‘no hay mujeres en mi temario de literatura’. En efecto, faltaban mujeres en los temarios de literatura. Y de historia. Y de matemáticas…”.
De aquellos primeros hilos enhebrados entonces, surge el tapiz que la autora titula Las que faltaban. Una historia diferente del mundo. Esta metáfora sobre el tejer y trenzar (técnicas y expresiones culturales tan supuestamente femeninas o así atribuidas por la tradición) es el telar sobre el que Cristina Oñoro urde la historia no contada o contada de manera incompleta. La autora juega con la imagen de la costura en la escritura desde el principio del libro, cuando alude al lenguaje del bordado empleado por muchas mujeres para narrar su historia, para comunicarse con otras, para denunciar la violencia. En los mitos (Aracne, Ariadna, Filomela) y en la realidad, como hicieron las mujeres de Hunan (China) con el lenguaje nüshu.
En Las que faltaban, la escritora saca de la cueva a numerosas mujeres olvidadas por la historia, muchas de ellas ya conocidas (por fortuna); otras, perfectas anónimas. Y lo hace tanto literal como figuradamente. Y es que el ensayo comienza precisamente en una cueva al sur Siberia. En la región de Denisova. Allí, en las grutas al pie del macizo de Altai, se encontraron diversos fragmentos óseos pertenecientes a una especie coetánea del neandertal: los denisovanos. Entre ellos, un huesito diminuto perteneciente a Denny. Más tarde se supo que Denny fue una niña fruto de la unión de una neandertal con un denisovano. Tal hallazgo abrió la puerta a nuevas interpretaciones sobre el origen de la humanidad.
Desde la prehistoria y el análisis genético viajamos hasta la Grecia clásica a través de esa “inoportuna” costumbre, también femenina, de dar a luz. Un hecho tan imprescindible en el proceso de hominización como relegado por las teorías evolutivas androcéntricas. Las que han pervivido hasta bien entrado el siglo XX. Volviendo a la civilización griega y a su adicción al relato, nos topamos en sus textos literarios y mitológicos con mujeres extraordinarias, imponentes. En los textos, porque en la realidad ateniense eran seres de segunda categoría. La vida de Agnódice, protagonista del siguiente capítulo, es buen ejemplo de ese espacio donde reina el claroscuro y la ausencia de documentación. Ella, que tuvo que aprender y ejercer la medicina disfrazada de hombre, fue la primera ginecóloga de la historia, cuya existencia conocemos únicamente a través de las Fábulas de Higinio.
Denny y Agnódice son dos de las trece mujeres que viven en las más 500 páginas del ensayo de Oñoro, que no se estructura de manera cronológica estricta, ni a nombre por capítulo (de cada una ellas surgen otras muchas). La autora entrecruza/cose sus biografías con el hilo de la parte que falta en el relato de la historia del mundo, la de la mitad de la humanidad casi siempre obviada en los manuales occidentales. Esta tradición androcéntrica, tan antigua como Aristóteles —que ya “desaconsejaba a los aspirantes a escritores crear personajes femeninos inteligentes y valerosos”—, se ha venido alimentado convenientemente a lo largo de los siglos.
Señores como Freud o Lacan, antes que ellos Darwin o Thomas Carlyle, se han encargado de cebar al depredador de lo femenino con exquisiteces tan selectas como la cocinada por el filósofo griego y sus coetáneos y legatarios.
Malala Yousafza y Emma Watson cierran el volumen por el que caminan Cleopatra (y su hija), Juana de Arco, María Sklodowska (mundialmente conocida como Marie Curie), Sofonisba Anguissola, Jane Austen, Simone Weil, Malinche, Rosa Parks, Mary Wollstonecraft y Victoria Kent. No faltan menciones a obras de autores contemporáneos: Sapiens, de Yuval Noah Harari, Mujeres y poder, de Mary Beard, o El infinito en un junco, de Irene Vallejo; ni ráfagas de pensamiento como el de Hanna Arendt. La voz de Virginia Woolf salpica todo el libro y, de alguna manera, va enlazando las vidas de las trece protagonistas.
Obviamente, los perfiles escogidos por Cristina Oñoro se deben a una decisión subjetiva y personal, “parcial” —afirma— y en absoluto cerrada ni exhaustiva. Quedan muchas voces todavía encerradas en la cueva, muchos vacíos históricos por indagar, mucha narrativa que poner patas arriba.
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