La mujer del pelo rojo: Orhan Pamuk disecciona una vez más Oriente y Occidente.
El viaje de Cem Bey hacia la edad adulta se acompasa al de una Turquía que ha ido transformándose de forma irreversible que le sirve a Orhan Pamuk para regresar a los temas que han dominado una buena parte de su obra.
Orhan Pamuk ha vivido siempre con un pie en Oriente y el otro en Occidente. Nació en la capital turca en junio del 52. Gracias a la posición económica e intelectual de su familia creció en un ambiente occidentalizado que le permitió cursar estudios en colegios internacionales hasta que se graduó en periodismo en la universidad de Estambul. Desde 1985 reside entre Nueva York y su tierra natal. Al igual que su existencia física, su pensamiento oscila entre ambas culturas.
Para el nobel turco, Europa era “una tierra de promesa y de leyenda” cuya cultura llevó a Turquía reformas y modernización. Así se la vendían sus libros de textos en la escuela. Un mejunje cultural que sobrevuela su obra literaria desde el instante en que decidió convertirse en escritor. Lo hemos visto a la largo de su trayectoria, especialmente en La mujer del pelo rojo. La última novela del autor, recién publicada por Random House.
A partir del mito de Edipo y la historia de Rostam y Sohrab —una versión oriental de la fábula griega— Orham Pamuk compone una exquisita sinfonía literaria cuyo misterio se esconde en el fondo del pozo que al principio de la obra cavan mano a mano Cem Bey y Mahmut Usta, una especie de padre adoptivo para el joven protagonista cuya relación desencadena una serie de acontecimientos tan inquietantes para el lector como para el crío Bey. Es tan sutil el desarrollo de sentimientos y emociones, tan magistral el tratamiento de la intriga que sólo llegando al final se logra dibujar un retrato más o menos real de la psique del personaje principal. ¿Es un cobarde, es un capullo, es un egoísta? ¿Es simplemente un adolescente en busca de la protección paterna, víctima del abandono? ¿Y luego?
El pozo de Öngören no es fruto del azar, sino una metáfora. La columna vertebral de la novela. Una alegoría alimentada por la tradición oriental, los pasajes del Antiguo Testamento y la esperanza del agua como fuente de vida, el elemento que determina ese destino del que nadie puede escapar. Como el pelo rojo de Gülcihan Hamm, la misteriosa mujer que marca para siempre el corazón del protagonista. Las pelirrojas en la historia de la literatura han sido y son el símbolo de la insumisión, de la libertad y la fortaleza. En la novela de Pamuk, la elección de la cabellera tampoco es casual. Si en el pozo se confunden ángeles y demonios, pasiones y culpas, sobre el cabello rojizo de la actriz se desliza la tragedia, las contradicciones, las leyendas.
Pamuk no se deleita con sermones moralizantes. Al igual que su prosa, la historia fluye entre el mito griego, la leyenda oriental y la simbología bíblica. Se entremezclan, se funden a veces, sobre un escenario confuso: Turquía. La puerta de Oriente, el lugar donde Europa se encuentra con Asia, donde el choque de civilizaciones es tan estrepitoso que parece van a devorarse la una a la otra.
El autor de El museo de la Inocencia ya no habla de política. Su escarceo judicial en 2004 con el régimen turco le mantiene en silencio. Todo fue por denunciar la persecución a armenios y kurdos y la falta de libertades en su país. Le acusaron de “insultar y debilitar la identidad turca”. La historia acabó relativamente bien, aunque tuvo que medio exiliarse y llevar guardaespaldas durante una larga temporada. Sin embargo, en La mujer del pelo rojo también planea la sombra del autoritarismo. Muy velada, eso sí, por el peso de la culpa, la identidad y los conflictos interiores de Cem Bey.
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