And the winner is.
Vale, lo de elegir colegio, no son los Oscars, pero si lo conseguimos va a ser como si nos dieran un premio.
Os engañaría si os dijera que esta semana ha sido fácil. El día clave fue el 27, martes, que resultó ser un símil de ese otro de hace ya unos muchos años, en el que tuve que comprobar en unos listados si mi futuro académico sería o no, tras haber hecho los exámenes de selectividad.
Y de verdad que las sensaciones han sido muy iguales, porque ese martes, el 27, se hacían oficiales las listas de admitidos y no admitidos en los colegios públicos y concertados de la Comunidad de Madrid.
Nosotros habíamos elegido concertado, uno cerca de casa, aunque perteneciente a otro distrito, así que a las 9:30 estaba ante aquellos tablones, buscando a Teresa en el que se encabezaba como «Listado de admitidos». Si pudiera introducir ahora esa sintonía de concurso, que suena cuando fallas una pregunta, lo haría, pero como no, sólo puedo decir que «agua», que es una licencia que me permito y un guiño al mítico Hundir la Flota. Nótese que no he elegido hundido, porque seguimos probando coordenadas, a ver si de tanto insistir va y suena la flauta, o alguien nos dice aquello de «tocado».
¿La razón? La falta de puntos. Y por eso toda una semana de peregrinaje, de acá para allá, de papeleos varios, de hablar con unos y otros, para llegar a la misma conclusión: que no hay dónde rascar más puntos, y que llegados aquí ahora toca esperar resoluciones y que nos asignen un colegio.
Pero a mí esto me parece tremendo, digo lo de dejar el futuro escolar de mi hija en manos del azar o más bien de la tecnología, así que tras la decepción, y quedando un porcentaje escasísimo de esperanza para el día 4 de junio que salen las listas definitivas, lo que ahora nos tiene ocupados es encontrar uno privado.
Y por un momento ves la luz, haces tus cálculos, ves qué puedes y qué no, qué te conviene y qué no. Lo eliges, llamas y «agua», otra vez «agua», o lo que es lo mismo, una lista de espera de la que empiezas a formar parte, y que igual se convierte en «tachán» en junio o igual en septiembre.
Así que así estamos ahora, removiendo Roma con Santiago, encomendándonos a todo lo enconmendable, preguntando, dejándonos aconsejar, y esperando que en unas semanas podamos tener resuelta esta situación que pareciendo fácil, es casi como una odisea que está resultando agotadora.