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Pierre Moreau de Maupertuis: ciencia y sociedad

El mejor representante de de la historia de la ciencia de XVIII es Maupertuis.

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La ciencia en la primera mitad del siglo XVIII en Europa era un hervidero. No solamente de teorías que trataban de explicar el universo, la vida y la muerte, también de contactos entre profesionales, salones en la Corte regentados por importantes aristócratas, mecenazgos, celos y relaciones extrañas. El mejor representante de este momento de la historia de la ciencia es Maupertuis.

Nacido en Saint-Malo en 1698, era hijo, nieto y sobrino de mercaderes corsarios, es decir, comerciantes que armaban sus barcos para asaltar navíos ingleses: mercaderes convertidos en soldados privados a mayor gloria de la Corona francesa. El padre de Pierre fue condecorado y se le concedió un título nobiliario en agradecimiento.

Fue un niño mimado de su madre que le adoraba y era incapaz de negarle nada. Algunos estudiosos creen que esa es la razón de su incapacidad para asumir críticas. Comenzó estudiando matemáticas como hobby, primero en la escuela y después en los ratos libres de que disponía como mosquetero real. Y, un buen día, decidió que entre ciencia y caballería, se quedaba con lo primero.

Desde entonces hizo lo necesario para ascender el camino de la gloria científica por la vertiente más pragmática. Se creó un lugar en los salones literarios y científicos, entró en la Academia de Ciencias. Se fue a Basilea para estudiar con Johann Bernoulli, también a Londres para impregnarse de las teorías newtonianas., allí aprovechó para ingresar en la Academia de Ciencias inglesa.

Su principal mecenas fue Federico II el Grande de Prusia. Y también su pesadilla. Porque si bien le propuso dirigir la Academia de Ciencias de Berlín, el conflicto armado entre Francia y Alemania que parecía interminable le dejó en mal lugar, estando, como estaba, entre dos aguas.

Las aportaciones de Maupertuis fueron notables: viajó a Laponia para demostrar que, tal y como proponía Newton, la Tierra es achatada por los polos, enunció el Principio de la Mínima Acción, anticipó la visión moderna respecto a las leyes de la herencia y la evolución, estudió el sistema solar y los cometas, y explicó que entre las partículas que nos componen existe cierta afinidad que las lleva a juntarse y colaborar.

Su lema era publicar piezas cortas cada poco tiempo, y cubrir el mayor número posible de temas. El objetivo no era científico, sino que trataba de obtener la mayor repercusión.

Yo llegué a él de mano de la lectura de los Bernoulli, cuando estudiaba cómo se introdujeron las matemáticas en la economía. Johann Bernoulli y Maupertuis estudiaron los riesgos en el juego llamado Le Herr. Recuerdo las risas de mis compañeros de mesa cuando pronunciaba su nombre con la boca casi cerrada. Era una excentricidad estudiar a alguien poco conocido a no ser que hubiera aportado algo realmente notable a la ciencia económica. Lo que me llamaba la atención era el esfuerzo en montar la expedición, conseguir patrocinios y la inversión que se gastaban en acercarse a Laponia o a Quito, que no está al lado de París o de Berlín, y en cómo rentabilizar el viaje. Su viaje le proporcionó la fama que necesitaba para catapultarse. Se casó con una mujer alemana mucho más joven, y por conveniencia, por decisión del Rey Federico II de Prusia, que no sabía cómo atar a Pierre Moreau a su Imperio. No lo logró.

Un aspecto ennegrece la trayectoria de Maupertuis. A raíz de una disputa con König, un joven científico a quien él mismo había recomendado a la Academia, y que ponía en duda que el Principio de la Mínima Acción fuera enunciado por él, se enemistó con toda la profesión: hasta con el propio Johann Bernoulli. Incapaz de contener su ira, ironizó sarcásticamente hasta dejar K.O. a König, pero también a Voltaire, otrora su apoyo. La soberbia de quien no fue reprendido de pequeño, su afán por aparentar y su cabezonería explican que terminara aislado y poco querido al final de sus días. Los damnificados por sus ataques tampoco se guardaban nada. Voltaire le echó en cara que se trajera dos mujeres laponas Christine y Élisabeth Planstrom, a quienes trataba “como coles de su jardín”. Cassini también entró en la batalla dialéctica. Solamente Euler le apoyaba. Esta disputa coleó durante mucho tiempo y dañó su reputación, incluso cuando Federico de Prusia echó del país a Voltaire y König en apoyo a Maupertuis

Visto desde mi perspectiva de hoy en día, me doy cuenta de que la ciencia no ha cambiado tanto. Hay algo de semejante entre la disputa que a Maupertuis le costó el reconocimiento y las relaciones entre los departamentos de nuestras universidades. No hay salones cortesanos pero sí conferencias, seminarios, mecenas, autoridades donde algunos, incluso teniendo talento como para no hacerlo, planifican estrategias para ascender la misma pendiente que coronó Maupertuis en su momento. Y normalmente en ambos casos, el resultado final es que como las partículas que se mueven por afinidad, los científicos de raza, los que investigan por amor, acaban por irse allá a donde no hay obstáculos a la investigación.

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