Negociación.

Érase una vez la historia de una negociación y un tango, una milonga...

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Sonaban de fondo los acordes de un tango, la luz era tenue y el ambiente intenso, sobre la mesa un baklava que esperaba ser debidamente degustado… El había devorado el suyo rindiéndose, como hacía siempre, al sabor intenso de los postres turcos e insistió en diese al menos un bocado al suyo; ella se negó, desconfiaba de él tanto que era posible desconfiar de alguien a quien en cierto modo también se admiraba, incluso se amaba, sabía que no iba a envenenarle el postre pero sabía también de la inmensa capacidad subyugante que él podía llegar a mostrar, tal vez un bocado de aquel baklava fuera como una copa de vino, la puerta abierta a perder su norte, a perderse… Insistió entonces en hablar de la negociación y él le pidió entonces que mirase atentamente a los dos bailarines que, al ritmo de las notas del tango que sonaba desde hacía unos segundos, bailaban.

Ella respiró hondo tratando de ahogar su frustración en la bocanada de aire intenso del local, del baklava al tango ¿para cuándo la conversación que habían acordado mantener? pero le dejó hablar, lo conocía bien y sabía que era tan capaz de perderse por caminos insondables cuando la conversación lo acechaba como de volver de ellos cuando menos lo esperaba.

Fíjate como se miran, cada uno de ellos tiene algo que el otro quiere, cada uno pone sus límites, sus tiempos, sus barreras y luego se retan, comienza la batalla...– ella miraba, sabiendo que tras aquella parábola había algo más que un tanto –hay violencia contenida, hay sexo implícito y todo ello en el filo de una navaja pero es una negociación, no una guerra, aquí nada se da sin que haya sido ganado, nada se toma sin que haya sido dado…– ella le escuchaba mientras observaba como la pareja de bailarines se retaba en cada paso, en cada vuelta –la negociación no es una partida de póker, querida, es un tango, una milonga…– sentenció él pero entonces algo cambió en su rostro, en la fuerza con la que sujetaba la copa, en la rigidez de sus hombros en la dureza de su mirada… –¿qué va mal?– preguntó ella –todo– sentenció él.

Entonces…– dijo ella en tono jocoso –¿ya no bailamos?– él la miró disimuló la frialdad de su mirada con media sonrisa –me temo que no– confirmó –porque para negociar un tango, querida, no basta con marcar los límites y retarnos a traspasarlos, hay que estar dispuestos a asumir los riesgos de hacerlo y eso significa que los límites que marquemos al empezar no serán los mismos al terminar para ninguno de los dos… Si tú quieres matarme y yo quiero vivir ¿qué pretendes negociar? ¿una muerte por capítulos o diferida en el tiempo? yo quiero vivir, ese es mi límite y no voy a moverlo… sólo si eres capaz de asumir eso podremos bailar.

Pasaron unos segundos que a ella le parecieron minutos, entonces él se levantó, cogió su sombrero y su chaqueta y se dispuso a marcharse, ella, en un intento desesperado por evitar que se fuera dijo –yo todavía quiero negociar– él sonrió mirándola desde el ala de sus sombrero –no, no quieres… sólo mientes para tratar de atarme a esta mesa; no vuelvas a llamarme si no es aceptando mis límites porque, si no es así, lo único que vamos a negociar es quién dispara primero-. Él se giró y avanzó hacia la puerta, ella se levantó y lo siguió, tocó su hombro y cuando él giró sobre sus talones sus rostros quedaron a escados centímetros de distancia –¿me estás amenazando con una guerra abierta?– preguntó ella –no, respondió él, eso ya lo hiciste tú cuando decidiste matarme, yo sólo trato de salvar mi vida– antes de que ella se diera cuenta desapareció ante sus ojos y se quedó allí, sola, con al tango sonando de fondo…

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