Juan Rulfo, Pedro Páramo y el método de la escritura fragmentaria.

Este año, con motivo de la celebración del centenario del nacimiento de Juan Rulfo, Editorial RM presenta una edición especial conmemorativa de la obra del escritor mejicano.

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Escribía a mano, con pluma fuente Sheaffers y en tinta verde. ¿Método? Ninguno en realidad. La trayectoria creativa de Juan Rulfo ha sido objeto de toda clase de opiniones, mitos e interpretaciones. Sin embargo, el autor de Pedro Páramo compuso su breve pero inmensa sinfonía mexicana sobre premisas que distan bastante de las leyendas vertidas sobre su obra y su persona.

Nada es nítido en la escritura de Rulfo. Ni los paisajes ni los personajes, que aparecen fundidos los unos en los otros; en el fuego mortecino de las primeras luces de anochecer mexicano, como surgidos de la niebla que envuelve todos sus textos. Indagar en el enigma de ese proceso creativo ha sido tal vez la mayor de las motivaciones de todos los estudiosos que se han acercado a su obra.

Pero es que tampoco contiene nada autobiográfico. Él mismo lo corrobora en una entrevista publicada en La cultura en México. No porque renegase de la autoficción.  Simplemente, explica, porque los personajes conocidos no me dan la realidad que necesito, y que me dan los personajes imaginados. El autor se lo contaba a Joseph Sommers (ensayista y estudioso de la obra de Juan Rulfo) en agosto de 1973. Sin embargo, la devastación que reflejan sus letras es el fruto de una infancia complicada. Destruida por su orfandad temprana y otros acontecimientos históricos (crueles asesinatos) que provocaron el exterminio de su familia cercana.

Ahí, en esa visión introspectiva, ajena a la realidad es donde comienza el misterio de la creación rulfiana. Porque su escritura se debe a un impulso interno, casi intuitivo, que rechaza la redacción secuencial. Rulfo imagina un personaje y se deja llevar por él. Ni lo encauza ni lo corrige, simplemente lo sigue. Camina por los senderos que sus criaturas le señalan, a saltos generalmente, obviando la cronología. Como la vida misma.

Y al de la literatura. Leía todo lo que caía en sus manos; el mundo nórdico le fascinaba: Knut Hamsun, Boyersen, Jens Peter Jacobsen, Selma Lagerlof. Pero también las crónicas de la conquista de México escritas en el siglo XVI. Es posible que de los vikingos extrajera su pasión por las neblinas, y de las crónicas su lenguaje sencillo y directo, el del pueblo. El que siempre escuchó entre sus allegados. He leído casi todas las crónicas antiguas, escritos de frailes y viajeros, los epistolarios, las relaciones de la Nueva España; es el estilo del siglo XVI y del Siglo de Oro. Me gustan porque están escritas muy sencillamente, es una escritura fresca, espontánea.

Sin embargo, perseguir sus sensaciones, rastrear entre sus voces narrativas, en definitiva, encontrar su propia música literaria fue la etapa más dura de su trayectoria como escritor. Juan Rulfo comenzó a escribir en serio en la década de los cuarenta. En junio de 1945 publicó en la revista América su primer cuento, La vida no es muy seria en sus cosas.

Después llegaron La cuesta de las comadres, No oyes ladrar a los perros, ¡Diles que no  me maten!… Los relatos que acabaron configurando El llano en llamas. Un compendio mayestático de pueblos muertos, fantasmas y silencios; de magia inquietante, de abandono y diálogos sobre tumbas. Y de caciquismo. Entre ellos, la semilla de su obra maestra. La novela ya la tenía construida en la cabeza, pero no encontraba la forma de desarrollarla. Entonces me puse a escribir los cuentos.

El proceso de escritura de Pedro Páramo se desarrolló a lo largo de muchos años. De todos esos años de escritura fragmentaria, de escribir y borrar, de eliminar antes de alcanzar la forma final. Hay que aprender a tachar, dijo. Uno de los pocos secretos que el mejicano quiso revelar acerca de su método, si es que tenía alguno.

Este año, con motivo de la celebración del centenario del nacimiento de Juan Rulfo, Editorial RM presenta una edición especial conmemorativa de El llano en llamasPedro Páramo, El gallo de oro y otros relatos. En ella se incluyen los dos relatos tempranos de Juan Rulfo: La vida no es muy seria en sus cosas y Un pedazo de noche. Y el último, Castillo de Teayo. Un breve texto poco conocido inspirado en los restos arqueológicos de la ciudad mejicana que le da título.

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Edición conmemorativa del centenario de Juan Rulfo. Rústica 21 x 13.7 cm. José Luis Lugo (Galera). Edición en español. ISBN RM: 978-841-6282-97-5.

Más información Juan Rulfo.

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