Diosas, ninfas y arpías, seductoras y destructoras: las brujas de Taschen.

Taschen publica 'Witchcraft', el tercer volumen de 'The Library of Esoterica', un viaje por la historia de las brujas, la magia y las tradiciones a través del arte.

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Las brujas no siempre han sido seres abyectos a los que quemar ni las malas de los cuentos infantiles que cocían a los niños en calderos inmensos. Al contrario. En numerosas ocasiones su aura y espiritualidad han servido de inspiración a los artistas de todos los tiempos. No hay más que contemplar la obra de Brueghel, Goya o Durero o la interpretación surrealista de la magia femenina de Remedios Varo o Leonora Carrington. También protagonizado escenas memorables en piezas literarias de genios como Shakespeare.

La histeria colectiva contra la brujería se desató hacia el siglo XV, cuando el papa Inocencio VIII concede a Heinrich Kramer —también conocido como Heinrich Institoris— y Jacob Sprenger una bula para investigar estos delitos. Los dos monjes dominicos se apresuran a redactar el Malleus Maleficarum (Martillo de las brujas. Para golpear a las brujas y sus herejías con poderosa maza), un tratado perverso dirigido a desenmascarar y destruir a quienes pactaban con el diablo y extendían la herejía entre la cristiandad. Era 1486.

Antes de esa barbarie, en las culturas clásicas hechiceras como Circe y Medea se convirtieron en los arquetipos de la literatura que las describía como seres extraordinarios, capaces de volar, curar y transformarse en animales; dominaban la alquimia, los filtros mágicos y las fórmulas amorosas. Ellas rendían culto a las diosas Hécate Y Proserpina (protectoras de las plantas venenosas), Artemisa, Selene y Diana. A la hechicería se asociaron las artes adivinatorias, la nigromancia y la quiromancia. Tras las cazas de brujas y la persecución, la Ilustración dio al traste con tales creencias. Fue el siglo XVIII un tiempo de declive y descrédito que banaliza dichas prácticas. Autores como Voltaire ironizan sobre ellas, tratándolas como bulos y supersticiones propias de ignorantes.

El romanticismo otorgó a las brujas un espacio en el arte, donde solían representarse como objetos estéticos y sensuales. El prestigio de las brujas se recupera en la pasada centuria, pese a las malvadas protagonistas de los cuentos infantiles y las creencias populares que las retratan como viejas horrendas y taimadas, asociadas a animales como los sapos, las ratas, las cabras y las serpientes. Sin embargo, las corrientes artísticas de principios de siglo, especialmente el surrealismo y la abstracción, se abren a la magia vinculándola a la capacidad de crear.

Desde la mitología de las diosas antiguas hasta las manifestaciones contemporáneas y la cultura pop, el arquetipo de las brujas enraizado en la leyenda, el folclore y la fábula… Taschen presenta Witchcraft, el tercer volumen de The Library of Esoterica. Se trata de un viaje fascinante por la historia global de la brujería, sus raíces y sus encarnaciones modernas. A través de más de 400 obras de arte, reveladores ensayos y entrevistas con practicantes modernos, el libro narra la crónica de una evolución catártica, desde su surgimiento como oficio en el antiguo culto a las diosas hasta su adopción por la ecléctica comunidad de brujas de nuestro siglo. En la actualidad, muchos las consideran una metáfora del poder femenino, la audacia y el inconformismo.

Coeditada por Jessica Hundley y la escritora, académica y practicante Pam Grossman, Witchcraft se sumerge en las simbologías, las connotaciones y las tradiciones de la brujería a través de la historia del arte. La obra incluye ensayos y entrevistas a autores y estudiosos de la hechicería, así como “una amplia gama de tradiciones culturales que adoptan la magia como modo de exploración espiritual y catarsis creativa”.

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