¿Qué hay de nuevo, viejo?
Lo más importante para todos, para el común, no es el quién...
Asemeja enfermedad esto de las ideas, del perseverante goteo que no respeta ni el sueño, que en la oscuridad -imagínate- aparenta un contínuo borboteo desde algún lugar indefinido de la parte de atrás de la caja sobre los ojos, borboteo de movimientos, colores, formas, combinaciones, la mayoría inútiles o poco útiles, incomprensibles, pero todas tierra de sembrado y entre ellas alguna feliz, útil, realizable. Debe estar en el alma -allá donde se encuentre, Descartes- esa capacidad de crear, de recopilar, guardar, fragmentar y recomponer, con mayor o menor intensidad, más o menos educada, estimulada, activa, en el alma de casi todos y cada uno de los más de siete mil millones (7.000.000.000, con nueve ceros) de seres humanos que habitan éste planeta. Incluso de la mía.
En las Atarazanas Reales de Barcelona hay dos cosas que debes ver estos días. La primera está ahí, permanentemente, una reproducción de la Galera Real de Don Juan de Austria («La Real») que se construyó en estas atarazanas y se botó en 1568 y que sería el buque insignia de Don Juan en la Batalla de Lepanto tres años después. Uno piensa en las galeras y mide su tamaño por el de las naves de remeros de la grecia clásica de las películas sin hacerse idea de sus colosales dimensiones y de su avanzado diseño y tecnología (póngase usted quinientos años atrás) hasta que se encuentra bajo ella, tras sus 60 metros de eslora y sus 6,2 metros de manga en la que navegaban una tripulación de hasta cuatrocientos marineros, oficiales, soldados y a la que daban vida y movimiento dos mástiles y doscientos sesenta remeros. Uno no se hace idea de su colosal tamaño hasta que se la encuentra allí, en las Atarazanas, completa.
Lo segundo es la exposición de fotografías de Yann Arthus-Bertrand y de Brian Skerry, Planet Ocean de la fundación GoodPlanet del mismo Arthus-Bertrand y con el patrocinio de la relojera Omega a la que debo las gracias. De las impresionantes imágenes de ambos fotógrafos, sin menospreciar las submarinas de Skerry, me inclino por las aéreas que han significado el gran trabajo de la vida de Arthus-Bertand. Pero me quedé prendado por una en concreto, una no especialmente bella, la de una aldea flotante que si no recuerdo mal respondía a la bahía de Halong, en Vietnam. Una aldea flotante tras un escarpado islote apenas habitable, aparentemente escondido tras el acantilado, en el lugar más insospechado del mundo. Superviviencia, entiendo. Ideas. Ideas para la supervivencia. Allá donde el ser humano necesita sobrevivir parecen sobrevenir las ideas, el ingenio, para la adaptación.
Ante semejante obra de ingeniería de quinientos años atrás o la imagen de la superviviencia flotante, uno se siente absurdo ante las pequeñas ideas, ante el tormento de ser incapaz, por el tiempo, de realizarlas, y de llevarlas a la luz antes que otro. Hace dos semanas, en medio del desarrollo de un nuevo e ilusionante proyecto lleno de ideas, alguien se nos adelantó con una de ellas y la desarrolló, no exacta, pero la idea desarrollada ya estaba ahí. No duele demasiado eliminar parte del proyecto y aplazar su lanzamiento, duele el tiempo invertido, la oportunidad perdida de haber sido los primeros, la evidencia de que no somos tan excepcionales como creemos, al ego le duele la lección de humildad, la inmensa posibilidad de que entre esos siete mil millones de seres humanos las ideas se repitan y que alguno de ellos se te adelante. Pero es también la evidencia de nuestra capacidad de crear, de generar, de tener nuevas ideas, de hacer cosas diferentes,. Incluso cuando no se trata de la simple supervivencia, por el placer de crear, por esa sensación inigualable de ser capaz, de verlo nacer, que nos hace sentir más cerca del Olimpo que de la tierra, tan adictiva que consume tu tiempo, tu vida, hasta que se asemeja más a una enfermedad que a una necesidad. Y da igual si alguien antes o alguien más, porque lo importante es, simplemente, crear. Y las ideas, nuevas, buenas, inútiles, útiles, hermosas… siempre están ahí. Que sean mejores es el reto. No me preocupa perder una idea, la oportunidad, siempre habrá otras, y es posible que incluso mejores. Y sé que lo más importante para todos, para el común, no es el quién si no que las ideas tomen vida. Las buenas, claro.