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cerrarNada nuevo que decir.
Pasa la semana, y pasa, y siempre queda para un último momento porque puede que el siguiente instante...
Todos los lunes me hago el propósito de preparar esta columna con tiempo bastante, y como propósito de añonuevo no hay semana que no llegue al domingo otra vez sin este texto. Pasa la semana, y pasa, y siempre queda para un último momento porque puede que el siguiente instante o la siguiente vivencia incluyan una mejor idea, porque con toda probabilidad la de este momento no es suficiente, ni bastante, ni merezca ser siquiera considerada.
Me gustan las palabras, me gustan. Me gustan sobre todo cuando son de ser leídas e incluso cantadas, y me inclino sin duda por las que se organizan de modo sonoro, dispuestas en orden, ritmo o rima, y si están llenas de interés y si no suenan hueco o a eco con regusto conocido. Me gustan y envidio el talento de un Manuel Vicent +, para construir postales, retratos de este mundo y de sus seres, relatos bellos por la forma, y por el fondo también la mayor parte de las veces. Y pasa a menudo, que tras un gran libro, se siente uno avergonzado por el modo en que se realiza con las palabras, basto, burdo o mal cantado. Y esto me ocurre hoy tras terminar la lectura de «Habladles de batallas, de reyes y de elefantes« + de Mathias Enard (gracias, Camino) como me pasó en julio tras leerme de tirón, muerto de risa y de admiración, el «Caín» + de Saramago.
Siempre hay una intención de excelencia en aquello que se hace con pasión. Siempre. Y siempre está también la medida de la excelencia ajena que se observa desde la cordura. Y la cordura me dice que por bien que cante, lejos está poder hacerlo junto a Beyoncé. Que no es que no tenga oído o voz, pero ella más, si, y distinto, claro. E infinitamente mejor, por supuesto. Así, sin más, sin dolor, lo asumo. Cap problema.
Pero no exactamente así con las letras, con las palabras, que hay líneas que se convierten en tormento, porque la verdad no es igual, no, que cantar en privado y en la ducha; me ocurre que siento tan profano este escribir mío el mismo número de veces en que me consuela que hacerlo pertenece en mi caso a ese modo de libertad de expresión irresponsable (no sujeta a ninguna responsabilidad) porque no me mido aquí con nadie, porque no hay pretensión alguna. Pero aún así, dado que todo parece dicho, cada párrafo que comienzo empieza siempre por un «Nada nuevo que decir» que se hace difuso a medida que me voy desenrollando.
Life looks good en cada palabra.