Luna menos, luna más.
Que no es nada, o lo es todo.
Treinta y ocho millones de kilómetros cuadrados de oxígeno, silicio, aluminio, calcio, hierro, magnesio, con un diámetro de tres mil cuatrocientos setenta y seis kilómetros, a una distancia media de trescientos ochenta y cuatro mil cuatrocientos kilómetros de una órbita aparente sobre nuestras cabezas a vuelta completa cada veintisiete días, siete horas y cuarenta y tres minutos con siete segundos. Oscura y reflectante, de cara su rostro de mares, de los que pudiera observar con detalle Galileo a principios del XVII, Anguis, Australe, Cognitum, Crisium, Faecundatis, Frigoris, Tranquilitatis, Serenitatis. De la misma materia que la tierra porque en el tiempo fueron parte de un mismo mundo que se separaría tras el cataclismo de una gran colisión, dando lugar a dos separados, diferentes, dos piezas distintas que giran una sobre la otra ejerciendo una atracción gravitatoria, el gradiente gravitacional, que explica el desplazamiento de los mares y océanos que cubren el setenta y uno por ciento de la superficie de este mundo en que habitamos, las mareas. Pero todo esto no es nada. O lo es todo.
El 23 de junio se verá entera la luna, llena, reflejo de luz de sol sobre su superficie mineral. El 22 de julio, terminado el ciclo, volverá. Será en Madrid aún en junio, su luz y la bajamar distante será recién pasen las diez, mareas vivas de uno con seis a menos uno con seis, y la luna estará visible en este lado del mundo durante nueve horas y diecinueve minutos. Pero todo esto no es nada. En julio lo hará sobre el mar y la arena, sobre el Atlántico entre Tánger y Trafalgar, tardará nueve horas y cuarenta y cinco minutos en cruzar el firmamento bajo Pegaso, Casiopea, Capricornio, Aquarius, Andrómeda, y cerca de las diez la bajamar será de plata. Y esto sí, aunque no lo sepas, lo es todo.