Del lamento de la apatía.
Te sé. Te sé capaz. Te sé capaz de tanto...
Hay dos cosas de ti que me exasperan, dos. La apatía con que enfrentas las horas, los días, la vida. Y esa ciénaga en que hundes las piernas, tuyas, mías, todas.
«La lágrima fue dicha.
De la segunda que impidas el paso, que lastres, que arrastres al resto a tus ritmos, a tus días de meses, que no siembres e impidas la siembra, que impidas. La zancadilla y el bache que justifican el clima, el sombrío presente, el futuro, tuyo, nuestro.
«Olvidemos
el llanto
y empecemos de nuevo,
con paciencia,
observando las cosas
hasta hallar la menuda diferencia
que las separa
de su entidad de ayer
y que define
el transcurso del tiempo y su eficacia.
De la primera el lamento, ese quejido grave sostenido, molesto, pesado y espeso sobre quién eres que se construye en la excusa del otro, los otros, el tiempo, la lluvia o las témporas de inútiles innecesarias penitencias, plegarias sin fe, tus días, tus tiempos, fugaces tus horas vacías, el agua a la que te aferras, que aprietas entre tus dedos.
«El miedo está en el precipicio que siembras
Te sé. Te sé capaz. Te sé capaz de tanto. Por eso no puedo entender, no hay modo, el derroche de verte convertido en un ente inmóvil, estático, incapaz, ciego, cegado, el desperdicio.
«¿A qué llorar por el caído
fruto,
por el fracaso
de ese deseo hondo,
compacto como un grano de simiente?
Me exasperan ambas por la contradicción, más por que no puedes justificarte, ya no, no puedes argumentar que esperas la palabra, no puedes ante mí que vine a traerte una, que volví diez veces a llevártela, que le di la primera forma y fui lejos a entregártela allí donde estuvieras, que te vi mecerla entre las palmas, sonreír, asentir, jurar tu futuro sobre ella y negarla de imposible. Que es negarse a la palabra tenerla entre las manos y no mover el torno con los pies, no elevarla y darle forma, no hacer de ella utilidad, belleza. Y un futuro.
«No es bueno repetir lo que está dicho.
Después de haber hablado,
de haber vertido lágrimas,
silencio, sonreíd:
nada es lo mismo.
No sé de paciencia, tengo la suerte de no tener tiempo bastante, de tener siempre qué hacer, de no saber parar o encontrar fin. No sé de paciencia y aún dejo pasar tiempo en la esperanza de que eleves la palabra sobre sí misma, sobre ti mismo, que la multipliques y construyas de ella camino. No sé de paciencia y en el despropósito de la espera, ante todo lo posible, espero que un día sea la palabra, ella, la que te encuentre. La palabra, no el lamento. La palabra, materia y energía.
«Habrá palabras nuevas para la nueva historia
y es preciso encontrarlas antes de que sea tarde.
Si decides que no es tu paso caminar, que has llegado al lugar donde te quedas, que esta luz y esta sombra son todo lo que anhelas, que sigues esperando la palabra no llegada, si decides quedarte ahí, dormido, calla, suéltate. Y duerme.
* «Nada es lo mismo» es un poema de Ángel González.