Miguel Milló: Es tierra, es fuego, también es luz.

Hoy hablamos de una obra de Miguel Milló.

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La propuesta de hoy es anómala. Es un artista presente, es una fotografía, es pintura sobre el cuerpo, es barro, espigas, pigmentos. Pero estoy en medio de su exposición en Cuernavaca, viviendo rodeada de sus mujeres, atendiendo a razonamientos complicados, interesantes, abstractos mientras me miran esos ojos humanos que evocan lo más primitivo que tenemos todos y que cada uno reconoce y analiza o bien oculta.

Es especialmente estimulante que el encuentro con las mujeres de barro de Milló se produzca en un lugar como Las Mañanitas de Cuernavaca. Mientras miro el mosaico realizado sobre la obra que hoy traigo, pavos reales blancos y de colores, loros y pájaros exóticos conviven con los visitantes y les dedican miradas displicentes mientras miran qué pueden picotear de las mesas, bolsos, etc. Y allí en medio está la tierra, el fuego y la luz que, para mí, es la misma definición de México.

Este cuadro, que es una fotografía de metro y medio por metro y medio aproximadamente, forma parte de la colección Deseos, la más reciente del joven artista. En sus palabras: Deseos “habla de la piel quemada, del resurgimiento de los continentes, del nacimiento de las plantas”. Y eso es exactamente lo que evocan las grandes piezas de mujeres decoradas con barro, espigas y flores, luciendo unos cuerpos desnudos que, verdaderamente parecen esculturas, donde el color y la luz desempeñan un papel tan relevante. La tierra mezclada con la mujer (en esta colección Milló presenta también algún cuerpo masculino, pero es la mujer la verdadera protagonista) aparece ante nuestros ojos, tal y como dice el catálogo, como una metáfora de la tierra fértil, vital, en una atmósfera sensual y en ocasiones erótica que trae a la mente al ser humano transmisor de vida.

Estos cuerpos «intervenidos», como él expresa, por Milló con pintura, cortezas, ramas, semillas y objetos que encuentra en los lugares más dispares cobran un sentido sorprendente en sus manos y mueven las emociones del espectador que se siente afectado en lo más primitivo de su sensibilidad. “Las plantas me hablan, el cuerpo me habla –señala Milló- y yo me dejo llevar”. Y es en ese dejarse llevar que, sin embargo, se resuelve en composiciones coherentes y armónicas, lo que impacta al visitante ocasional de Las Mañanitas cuando mira estas obras en medio de un espacio arquitectónico colonial y un ambiente festivo y relajado.

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