Klondike.

El mundo es de los que son capaces de materializar las ideas...

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El mundo es de los que son capaces de materializar las ideas, me dijo Jaime una vez contra mi ‘el mundo es de las ideas‘. Y en realidad también llevaba razón. El mundo es de las ideas, las ideas lúcidas, las buenas, y a menudo de las malas ideas, de las pésimas, si, pero de las ideas que se han hecho realidad, la realidad de las ideas, desde las tallas de silex hasta un sencillo hipervínculo la humanidad se ha elevado a si misma en las ideas que se han hecho realidad, en los sueños que se han materializado, por la fuerza de soñadores con iniciativa y la iniciativa de algunos soñadores. El mundo es de las ideas, pero no de las que se quedan en las libretas, no de las que se evaporan por las mañanas a los pies de la cama, no de las que nunca llegan a realizarse.

Y las ideas son un bien escaso -las buenas más- Y por eso son un bien valioso. Como el oro.

Pero no son escasas por que no todos seamos capaces, lo son porque bajo la inmensa torpeza humana existe la errónea creencia de que es más sencillo apropiarse que producir, que es más sencillo el enriquecimiento rápido por encima de cualquier ética o moral, del medrar sobre el otro, sobre cualquiera, que junto al otro, que es más sencillo todo eso a lo que Clara Montagut llama I+D: Interés y Dedicación, un camino aparentemente más largo, más duro y más lleno de incertidumbre.

En 1896 se encontró oro en el Yukon. A los pocos meses, tras el azote de las crisis de 1893 y 1896, las noticias sobre los yacimientos auríferos de Alaska y el oeste de Canadá desatan un fuerte proceso migratorio, la fiebre del oro. Hasta 1899, a Klondike emigran hasta 100.000 buscadores que esperan, sueñan, desean hacer fortuna. La mitad de ellos no empezarían ni una sola prospección, y sólo el 4% acabaría encontrando oro, muy pocos lo suficiente como para una vida de lujo.

A Klondike también llegaron multitud de profesionales de muy diversos sectores que habían dejado una vida cómoda, una profesión que conocían, para hacer fortuna, aún a sabiendas de que era altamente improbable conseguirlo. Gente que lo dejó todo ante el sueño de una vida infinitamente mejor, sin conocimiento alguno de minería, gente que invirtió todo su dinero en un largo y terrible viaje, en una licencia de explotación sin valor, en comprar todos los aperos mineros que mal asesorados creían necesarios para empezar a sacar oro a manos llenas, en pagar a un explorador, a un conocedor del terreno, o a otro minero que decía haber encontrado oro antes, para que les llevara hasta una veta.

El nuevo Klondike, este de las nuevas tecnologías, el de Internet, atrae hoy a buscadores de todo tipo, de todas partes, aventureros casi todos, ingenieros de minas muy pocos. Con experiencia los menos. Este Klondike también se ha llenado de incautos, y allí donde hay un incauto con dinero florecen los listos. Aquí el oro son las ideas, oro puro las buenas. Un gran atractivo para los estafadores, para aquellos que buscan hacerlas pasar por suyas, quedárselas, porque las ideas son quizás de las cosas más sencillas de arrebatar, y resulta más fácil apropiarse que buscar; es más barato y rentable -y no deja de ser un valor seguro- enriquecerse a costa de otros que ponerse a la prospección, que mancharse, llenarse las manos de callos y vivir la vida con el rostro tiznado y el frío en el cuerpo. Y lo más lamentable no es ya el nocivo efecto sobre la motivación creativa y por tanto sobre lo que perdemos todos, lo más lamentable es que esa buena idea se convierte en el medio para una estafa mayor, la de erigirse como referente para estafarnos a todos, para seguir estafando.

La búsqueda no garantiza éxito, pero el que no ha buscado oro no tiene callos entre los dedos, así que personalmente desconfío de aquellos que gustan más de lucir que de producir. Tras las personas son las ideas las que lucen. Cuando uno no produce necesita de las ideas ajenas para lucir. Y para lucirse. Por su ego, por su contínuo «yo», por su incapacidad de premiar y reconocer al otro, y porque el talento no es un géiser espontáneo, los reconocerás. Así que siento una especial debilidad por los que se pasan el día en harina, trabajando, que los hay. Muchos y muy buenos. Siento debilidad por el talento discreto, si. La experiencia me dice que el mundo de las buenas ideas se inclina más hacia el horno que hacia el photocall. Y ambos están a una respetable distancia.

El mundo es de las ideas que se materializan. El mundo es de las buenas ideas. Hay pocas cosas que debamos proteger y estimular tanto en los demás como el talento.

En Klondike, por cierto, había oro. Life looks good.

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