Apuntes para leer y entender a Juan Goytisolo.

Juan Goytisolo murió el pasado 4 junio. Narrador indómito y voraz, creó una extensa obra marcada por la cultura, el compromiso y la experimentación lingüística.

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Juan Goytisolo escribía a mano y «en voz alta». Así hay que leer muchos de sus libros para entenderlos.

Lo hizo primero en París, donde vivió autoexiliado durante más de cuatro décadas. Después en Marrakech. Allí, tras una larga temporada a caballo entre la capital francesa y la exótica ciudad marroquí, estableció su residencia definitiva en 1997. Nunca tuvo intención de regresar a España. No se sentía cómodo en un país, según él, anormal, incapaz de contradecir el discurso cultural oficial.

“Toda obra no sólo sobrevive a su autor sino que lo que de él queda es lo que ofrece su obra. Hay que buscar al autor en la composición y, sobre todo, en el estilo”.

¿Puede considerarse ‘normal’ un país en el que el lector no pudo acceder al disfrute de una obra como La Regenta durante más de cuarenta años? Lo escribió en El País, poco después de saber que Francisco Umbral había sido premiado con el Cervantes, en el año 2000. Renegó del premio y del escritor. También la emprendió contra el propio periódico. Luego, en 2014, cuando recibió el mismo galardón «por su capacidad indagatoria en el lenguaje y en sus propuestas estilísticas complejas…” cambiaron las tornas y, pese a sus declaraciones y su íntima enemistad con los premios en general, nunca pensó en rehusarlo. No se puede rechazar un premio que lleva el nombre de Miguel de Cervantes, dijo en más de una ocasión. Eso sí, tampoco mostró excesivo regocijo.

Escéptico, heterodoxo, disidente y provocador. Mario Vargas Llosa considera a Juan Goytisolo, además, un escritor comprometido. No se equivoca. Y no sólo porque fueran amigos y compañeros, sino porque el escritor barcelonés siempre mostró especial simpatía por los vencidos (ya fuera en España, en Sarajevo, Cuba o Palestina) y clara predilección por las causas justas. Sin embargo, ubicarlo en alguna de las corrientes literarias al uso es misión imposible.

Es cierto que sus primeras obras suelen inscribirse en las tendencias del realismo social de los cincuenta; pero pronto abandona la senda marcada —no encaja entre los escritores españoles de posguerra— y se embarca en los escabrosos métodos de la experimentación. Pero el autor de Señas de identidad detestaba definirse, que lo definieran. Igual que los términos “prosa poética” que muchos emplean para explicar esa especie de collage literario que determina su estilo. Anómalo, lo definía él. Una fusión de prosa y poesía, sí; también de lenguas, español, árabe y francés principalmente; y lenguajes rescatados de la tradición literaria medieval, Góngora, San Juan de la Cruz, Francisco de Rojas… y Larra, Clarín, Manuel Azaña y Cernuda.

Mención aparte merece Cervantes, escritor de cabecera de Goytisolo, inventor de la novela moderna y autor de la obra madre de todos los relatos, El Quijote. También Américo Castro y Francisco Márquez Villanueva. Este último, profesor de Harvard y profundo conocedor del acervo cultural español fue un maestro para el escritor barcelonés.

¿El resultado de tan heterodoxa influencia? Una prosa fragmentada, plena de ambigüedades lingüísticas, rica, crítica, implacable, escrita para reivindicar la oralidad.

Citar sólo un libro entre su inmensa y prolífica obra es un sacrilegio literario. Pero ahora que nos ha abandonado —momento excelso el de la muerte para encumbrar a quienes se vetaron en vida— con toda seguridad se dispararán las ventas, más aún con la Feria del Libro en plena efervescencia. Allá voy. Coto vedado (1985) y En los reinos de Taifa (1986). Dos obras autobiográficas que permiten al lector conocer parte de los hitos que marcaron la vida de Juan Goytisolo. También entender sus motivaciones e inquietudes, el intenso sentimiento de apátrida que le acompañó toda la vida y, por supuesto, la continua defensa de una tradición española híbrida, tanto judía como musulmana, fuente todo tipo de críticas y enemistades.

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