Cosas que hacer antes de los 40.

Comenzó como broma el modo de explicar ese primer golpe a una columna de garaje tras veintiún años conduciendo...

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Comenzó como broma el modo de explicar ese primer golpe a una columna de garaje tras veintiún años conduciendo: «cosas que hacer antes de los 40«,  pero era una idea interesante, al fin y al cabo los cuarenta son ya una respetable edad, una respetable cantidad de vida vivida como para haber hecho ya muchas cosas que, repasando, resultaba que no había hecho. Véase: rozar el coche con la columna, con esa columna. Un clásico. Hecho.

Y, bromas a parte, hechas también todas esas que seguro tienes en la cabeza: rafting, escalada, rappel, espeleología… y unos cuantos clásicos más de la adrenalina durante una inquieta adolescencia y juventud y media vida de Boy Scout. Surf y Snow, por supuesto (y aún), a esta altura de la vida la lista pasa por algunas mucho más mundanas y menos llamativas que haber estado en un taller en una mina a casi 700 metros de profundidad arrastrándote por la veta del carbón entre galería y galería (hecho). Es una lista de sencillas actividades que no parecía que merecieran atención alguna y en las que, claro, no he explorado mis capacidades.

Magdalenas, por ejemplo. Tan sencillas de hacer si tienes todos los ingredientes, siguiendo una receta cualquiera de las que está plagada la red, la masa en los moldes y al horno el tiempo indicado, sin abrirlo, claro, para que no se corte la cocción. Sencillo. Sencillo, sí, pero la masa no sube. El resultado es comestible, no está mal, pero no sube y las magdalenas no toman ese aspecto que tan ‘magdalenas’ las hace, así que repites una y otra vez, maizena, levadura, menos harina, más levadura, más maicena, hasta que das con tu fórmula, una especie de secreto que nadie te ha dicho, que nadie parece haberte querido dar cuando preguntabas. Hecho. Bizcocho. Hecho. Empanadas, empanadillas, makis, dim sum… Hecho, hecho, hecho, hecho. La cocina es una gran hoja de ruta.

Bordar. Sí, bordar. Que uno se ha hecho algún zurcido y cosido botones, recogido algún doblez suelto y algunas cosillas más, con no mal resultado pero sin demasiado interés. Sin mucho, la verdad, hasta que empecé a ver las cosas que hacía Clara Montagut y el tiempo y cariño que le dedicaba, hasta que descubrí sus talleres de bordado en Teté Cafécostura. Así, de su mano, estuve mis primeras tres horas frente a un pequeño bastidor a puntada libre. Y tan libre, porque bordar ha resultado una labor fina y compleja, pero con muchísimas posibilidades. Como coser a máquina, así que lo siguiente, también en Teté, será un taller de coser a máquina para poder llegar a utilizar la Singer de principios de mil novecientos poco, que me dejó mí abuela y que conservo en perfecto estado. Otro mundo de posibilidades creativas, prácticas.

Así, los cuarenta llegan en menos de un mes y medio y sin duda pasaré por ellos confeccionando una interminable lista de cosas que hacer en la vida, antes de los 45, de los 50, de los 60, y probablemente en muchas de ellas encontraré, como en estas, limitaciones personales que superar, en las que superarme, en las que crecer y con las que disfrutar tanto como haciendo magdalenas de almendra o rellenas, afinando las puntadas de hilos de colores, o con las fotografías que nunca soñé hacer hasta un revelador curso de fotografía con Rai. Y, ahora que lo pienso, así también un día fueron el actionscript, el php

Life looks good y está llena de interesantes posibilidades y de cosas por hacer como para perdérselas.

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